[PSEUDOTECNOLOGÍAS]

EL VERSO DEL TÚNEL FOTÓNICO
Por Alejandro Ravazzola y Alejandro Agostinelli
Esta nota revela el misterio de una extraña caja con la que su inventor, un ingeniero argentino, afirma poder curar desde un resfrío hasta el cáncer. En 1996, el Ministerio de Salud permitió que se investigara su eficacia, pero no su aplicación clínica.
Sin embargo, cuarenta médicos la utilizan para tratar casos terminales y, hasta hace poco, también se la usaba en cuatro hospitales públicos. En el ex Hospital Castex
una médica experimentaba con los pacientes sin autorización.
Apertura de la primera publicación de esta nota, en revista Descubrir ( Julio de 1998)    
 

Esta investigación comenzó cuando uno de los autores confirmó la versión según la cual en el Hospital de Agudos Eva Perón, antes Castex, una médica experimentaba con una tecnología terapéutica aparentemente revolucionaria, que sería capaz de curar desde el insomnio hasta el cáncer, desde raquitismo hasta una artritis, desde el tabaquismo hasta problemas de aprendizaje. Todo cual se lograría con sólo exponer las partes afectadas a un misterioso rayo que aparentemente no ocasiona ningún daño, malestar ni efecto tóxico. La doctora Alicia Canciani, del Servicio de Cirugía Plástica y Reparadora de ese hospital, admitió que desde hace tres años somete a sus pacientes al influjo de este artefacto -llamado Sistema Túnel Fotónico- con el propósito de acelerar el proceso de cicatrización posoperatorio.
La doctora Canciani conoció el dispositivo a partir de una desgracia familiar. En 1991, su madre vivía afligida por graves dolores reumáticos. Ante la falta de soluciones médicas, su familia la acompañó a probar suerte con alguna terapia no convencional. Así llegó al consultorio de Carlos Belolahvek, quien curiosamente no es médico sino ingeniero electromecánico. Belolahvek, inventor del Túnel Fotónico, supervisó las aplicaciones. Una vez completado el tratamiento, siempre según la doctora Canciani, la salud de su madre había mejorado considerablemente. Así, decidió adquirir un aparato y empezar a experimentar por su cuenta, concentrándose en pacientes con grandes cicatrices faciales y con fracturas maxilares.
Lo peculiar del caso es que comenzó a experimentar con los pacientes que iban a atenderse a un hospital público sin gestionar ninguna autorización. Sin embargo, ésta no fue la novedad que más asombró a los autores en su intento por despejar las incógnitas que rodeaban al Túnel Fotónico.

UN POCO DE MISTERIO
¿Cómo funciona el dichoso aparato? A ciencia cierta, no se puede decir mucho: hasta ahora nadie, fuera del círculo de colaboradores del ingeniero Belolahvek, ha logrado reproducir los “extraordinarios resultados” que invoca en sus folletos publicitarios, en uno de los cuales enumera nada menos que 63 enfermedades para las cuales habría encontrado cura.
El cronista visitó su consultorio en el barrio de Belgrano y pudo ver el llamado Túnel Fotónico, una estructura metálica del tamaño de una caja de zapatos que emite un débil sonido y funciona a pilas. Este último dato, en verdad, no fue confirmado: Belolahvek no permitió examinar, y mucho menos fotografiar, su interior: “Es bueno conservar un poco de misterio, porque si algo aparece demasiado simple, deja de ser válido y la gente piensa que es un fraude”, se excusó. Belolahvek dio este argumento sin sonrojarse y, acaso abrumado por las preguntas, añadió un ejemplo desconcertante: “A usted no le interesa saber cómo funciona un reproductor de discos compactos. Le interesa usarlo y que funcione”.
Se da otra curiosa paradoja: para explicar cómo funciona un artilugio con un aspecto exterior tan simple, el ingeniero Belolahvek no ahorra farragosas disquisiciones teóricas. Explica que su invento estaría basado en “la función probabilística del átomo” y que podría “disminuir el índice de probabilidad por medio de la creación de un campo electromagnético continuo que estabiliza cualquier discontinuidad, como lo es una enfermedad”. Jura que su sistema ataca a las distintas enfermedades con cierta información que estaría cifrada en una resina plástica incorporoada dentro del aparato. A la hora se detallar las bondades del sistema, Belolahvek no se queda corto: “En teoría puede curar cualquier enfermedad, pero depende del paciente”, aseguró.
¿Cómo empezó esta historia? Hace 29 años, Belolahvek se dedicaba a la reparación y mantenimiento de equipos industriales de refrigeración, cuando su esposa enfermó de vesícula y tuvo que ser operada. “Estaba excedida de peso e hipersensible al dolor” , recuerda. Como no respondía a los analgésicos, decidió construir una máquina que mediante el uso de energía eléctrica pudiera actuar como sedante. Vio que los resultados eran buenos y así nació el embrión de su invento. Su interés en la llamada “electroterapia” lo alentó a seguir investigando. “Lo primero que descubrí fue que la corriente eléctrica que hacíamos circular por el cuerpo no era lo importante, sino la información que portaba”. Si bien reconoce que al principio los resultados eran “muy pobres”, Belolahvek continuó, sobre todo cuando creyó descubrir que su aparato lograba desinflamaciones y resolver problemas circulatorios. Entonces, acaso inspirándose en un viejo principio homeopático, decidió construir un equipo que generase una corriente de menor intensidad. “Luego dejamos de lado el contacto eléctrico directo para crear un campo electromagnético mediante electrodos de superficie de un material semiconductor”, prosiguió. Esos cambios, dijo, lo ayudaron a resolver casos de artrosis. Pero todavía no alcanzaban para solucionar problemas inmunológicos. A principios de los ‘80, Belolahvek y sus colaboradores enfocaron su interés en los fotones, “el combustible del átomo”, agrega el ingeniero, con una afirmación que demostraba su ignorancia supina en materia de Física.
Belolahvek dice que al comienzo produjeron un haz de fotones de baja intensidad. “Si bien blanqueaba (sic) hematomas, era incapaz de resolver el problema interno”. Usaron el sistema durante seis meses y registraron como marca Túnel Fotónico, ya que supuestamente generaba un efecto túnel y emitía fotones.
Cuando perfeccionaron el equipo, los fotones ya no eran visibles y la intensidad del campo generado era mucho más débil. Para Belolahvek, los resultados fueron contundentes. Puso por caso testigo el de un paciente con cáncer de esófago que, según el ingeniero, llegó a su consultorio en un estado tal que no podía tragar alimentos. Tras una semana de aplicaciones, ya podía comer por sus propios medios y “en un año, año y medio se controló la enfermeda”.

BUROCRACIA CUANTICA
El Túnel Fotónico sería una entre tantas pseudoterapias dudosas que circulan en el mercado “alternativo” sino fuera porque el ingeniero Carlos Belolahvek presentó su equipo a las autoridades del Ministerio de Salud encargadas de aprobar la seguridad y la eficacia de todo instrumental que pretenda tener propiedades curativas. En noviembre de 1996, el Area Radiofísica Sanitaria -por entonces dirigida por el ingeniero Jorge Svarka- permitió las investigaciones de Belolahvek. En la autorización, que consta en el expediente 32.059.788 con el membrete de ese ministerio, Svarka señala: “El Sistema Túnel Fotónico no representa riesgos significativos para el operador ni para el paciente en base a los conocimientos actuales”. Con todo, el funcionario aclara: “Esta constancia no avala los resultados clínicos que se anuncian, siendo estos exclusiva responsabilidad del profesional médico responsable de su uso”.
En 1996, uno de los autores ya había consultado al ingeniero Svarka sobre la presunta eficacia de este aparato y le preguntó si no le preocupaba que su autorización fuera utilizada con fines distintos de la investigación. No se mostró alarmado. “El ejercicio ilegal de la medicina -respondió- corresponde a otra área”. En otras palabras: si hasta hace poco usted hubiera llevado a Salud Pública una caja negra acompañada por un manual redactado en una oscura jerga pseudocientífica, el área del ministerio competente le hubiera extendido un permiso para experimentar “a menos que representara un riesgo”. Si el aparato fuera decididamente inútil y si invocando el permiso oficial usted hubiera amasado una fortuna prometiendo curas milagrosas, nadie lo hubiera molestado.
De hecho, Belolahvek debe suponer que este permiso lo autoriza a difundir un folleto donde anuncia que su aparato cura más de 60 cuadros clínicos, a abrir un consultorio médico, a comercializar el aparato a un precio de 35 mil dólares y a exportarlo a países como México, Brasil y España. En la entrevista, además, Belolahvek informó que fue utilizado en cuatro hospitales públicos y que fue adquirido por al menos cuarenta médicos de todo el país.

UNA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL
Pero el panorama en el Ministerio de Salud cambió sustancialmente de dos años a esta parte. “Hasta el momento, no hemos podido probar ni el efecto túnel ni la emisión de fotones” aseguró el licenciado Alejandro La Pasta, sucesor de Svarka en el departamento Equipamiento Médico y Radiofísica Sanitaria. Ante una pregunta concreta en este sentido, La Pasta reconoció que no hubiera firmado la aprobación de haber estado a cargo de esa área en 1996.
La Pasta recuerda que una vez tuvo oportunidad de examinar el aparato: “Lo único que pude precisar fue que genera una radiación sonora y un campo electromagnético débil como el de cualquier circuito electrónico”. Por su parte, el ingeniero Carlos Parodi, flamante titular de la Dirección de Tecnología Médica del Ministerio de Salud, fue tajante: “El sentido común me dice que aquí hay una irrealidad”.
Ante los datos aportados los autores, Parodi aseguró que el permiso con que cuenta Belolahvek no lo autoriza a comercializar sus equipos dentro del país, ni a difundir los presuntos éxitos de su panacea, ni le permite abrir una clínica como la que posee junto a las doctoras Diana Piezanek y Rita María Ana Schaeffer; ni a cobrar el tratamiento, cuyo costo oscila los 30 pesos por sesión para cada uno de los mil pacientes mensuales que Belolahvek admitió recibir en su consultorio del barrio de Belgrano.
Para exportar los aparatos como dispositivo médico, Belolahvek necesita la aprobación de la Dirección de Tecnología Médica; y no sólo no la posee, sino que nunca la pidió. Y de haberla solicitado, no la habría obtenido sin antes haber sometido a la máquina al protocolo de Ensayos Clínicos que establece la resolución 909 del Ministerio de Salud, en vigencia desde mediados del año pasado.

¿PLACEBO O FRAUDE?
El centro médico administrado por Belolhavek recibe pacientes que han perdido su confianza en las terapias convencionales, quienes, como se sabe, requieren de una atención exquisita. “Negarles un placebo sería inhumano”, opinó Parodi. Por este motivo, el Ministerio de Salud decidió no suspender los tratamientos mientras obliga someter al aparato a un ensayo clínico.
Movilizado por nuestra investigación, el ingeniero Parodi decidió ir personalmente al Complejo Túnel Fotónico. Luego de pedirle informes que Belolahvek no le pudo dar, el 9 de junio de 1998 le hizo firmar un acta en la que lo comprometió a someter a su aparato a un conjunto de pruebas que permitirán confirmar o desestimar su eficacia curativa. En agosto nombró un veedor externo, un investigador principal responsable y un comité de ética. Si Belolahvek llegara a poner trabas, los equipos podrían ser sacados de circulación.
No hay razones para ser optimistas. De la poca predisposición de Belolahvek a someter al Sistema Túnel Fotónico a los exámenes destinados a comprobar su eficacia existe al menos un antecedente. El Ministerio de Salud de Mendoza vetó su uso en la provincia luego de negarse a entregar un aparato para efectuar pruebas. Para el doctor Fernando Saraví, un biofísico que además es experto en fraudes médicos, los fundamentos teóricos del Túnel son “una sarta de palabras difusas para engañar a los incautos”.
Parodi especificó que, a partir del mes en curso, los operarios del Túnel Fotónico no podrán publicitar la máquina curalotodo. También anunció que el permiso otorgado por Radiofísica Sanitaria caducará luego del plazo fijado.
La única salida posible ante el dilema ético aquí planteado se puede colegir de una reflexión del doctor Alberto Combi, que no sólo contradice el “desliz” administrativo del hospital, sino también al argumento de las autoridades del Ministerio de Salud, cuando consideraron “inhumano” postergar la medida tendiente a poner fuera de circulación a un “placebo” que se parece mucho a una estafa a la fe pública. “A lo mejor el aparato en sí no causa daño -dijo Combi-, pero sí lo hace quien lo aplica, ya que le evita a la gente optar por un tratamiento de eficacia probada”.

Primera publicación: En revista “Descubrir” Año 7, N° 84. Buenos Aires, julio de 1998

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