[TANATOLOGÍA]

MAS ALLA DEL UMBRAL
Por Alejandro Agostinelli
La vida después de la muerte ha dejado de ser monopolio de las grandes religiones. Hoy, la idea parece desbordar las fronteras de la fe. ¿Pero existen realmente pruebas de que al traspasar el umbral nos espera el Paraíso? La ciencia propone un modelo para comprender lo que pasa en el cerebro durante las llamadas Experiencias Cercanas a la Muerte.

 

“El día en que se le detuvo el corazón, Nunzio Sanfilippo yacía en la cama de un hospital porteño. Luego, el apagón. Cuando volvió a abrir los ojos, se acercó a la ventana, y ahí lo esperaba el espectáculo más hermoso del mundo: la copa de un árbol, un pedacito de cielo. Mientras su conciencia osciló entre la vida y la muerte, tuvo una visión: “Vino hacia mí una luz muy potente y sentí que me elevaba a través de un túnel. No sentía el peso del cuerpo y un inmenso bienestar. Al fin del recorrido, una voz me dijo: ‘Yo sé por qué viniste. Pero aquí no lo vas a encontrar porque está en todas partes. Yo soy Jesús. Perdona a los que te han hecho un mal y vas a vivir con mucho amor’. Después creo que regresé, porque todo terminó”.
El testimonio de Nunzio, un simpático italiano radicado hace años en la Argentina, es uno entre miles que vivieron la misma experiencia. ¿Cuán real fue esa visión? “No ví aquello con mis ojos físicos -recuerda- sino con los ojos de la mente. Pero jamás voy a olvidar esa voz”. Desde el punto de vista del relativismo cultural -según el cual la importancia de estos fenómenos se mide por sus efectos psicosociales, más allá de sus eventuales causas fisiológicas-, no interesa tanto determinar si Nunzio espió el otro mundo o no como ver en qué medida le afectó la experiencia. Para Nunzio, aquello fue demasiado real. Tanto que le cambió la vida.

Uno de los desafíos que proponen estas controversias, en todo caso, consiste en establecer los diferentes niveles de beneficio que obtienen cada una de las partes: los protagonistas descubren que su vida ahora posee una dimensión espiritual; los antropólogos pueden estudiar la imaginería asociada a la muerte en culturas diferentes; los científicos de la mente tienen la oportunidad de aprender más sobre el funcionamiento del cerebro en situaciones de estrés y, por último, algunos escritores pueden aprovechar la moda para montar una fábrica de ilusiones: sólo un necio se negaría a ver que recoger estas historias en crudo bajo el título La muerte no existe, por ejemplo, constituye un éxito editorial garantizado.

LA EXPERIENCIA ESENCIAL
Lo cierto es que, durante años, el estudio de las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM) se dividió entre quienes las consideran la única evidencia disponible de la existencia de un paraíso más allá de este mar de lágrimas y entre quienes se limitan a considerarlas meras alucinaciones producidas por el cerebro moribundo, no más interesantes que un sueño especialmente vívido. Más tarde, la doctora Susan Blackmore propondría una “tercera posición” .
Los primeros defensores de las ECM como prueba de la superviviencia del alma fueron el doctor en filosofía y medicina Raymond Moody, autor de Vida después de la vida (1975) y la doctora Elisabeth Kübler Ross. Pese a que sus libros tuvieron un carácter más anécdótico que científico, fueron quienes llamaron la atención sobre el tema. A principios de los ‘80, el doctor Kenneth Ring, un psicólogo de la Universidad de Connecticut, fundó la primera asociación dedicada al estudio de estas experiencias. En una encuesta a 102 personas que estuvieron al borde de la muerte, descubrió que el 50 por ciento de ellas habían vivido lo que llamó una “experiencia esencial”. Más tarde realizó los primeros estudios comparativos con experiencias extraordinarias afines: en 1987, en el curso de su Proyecto OMEGA, notó sugestivas correspondencias entre las ECM y los relatos de abducidos por extraterrestres. Los paralelismos existían, tanto como los cambios vitales de los protagonistas. Pero, dejándose llevar por el entusiasmo, desestimó la búsqueda de explicaciones neurofisiológicas e interpretó a éstos como la expresión de un salto en el nivel evolutivo de la especie, o un síntoma de “chamanización de la humanidad moderna”.
Al principio, menos contaminado por sus convicciones metafísicas, Ring bosquejó el primer mapa del fenómeno (paz, separación del cuerpo, ingreso en el túnel, visión de la luz e ingreso en la luz) y encontró que las últimas etapas eran alcanzadas por menos gente, lo que significaba que existía una secuencia ordenada de experiencias aguardando desarrollarse.
Este hallazgo impuso el criterio de que la estructura de las ECM representaba algo más que una simple alucinación. Los partidarios de esta explicación -el psicólogo canadiense James Alcock y Robert Kastenbaum, de la Universidad de Arizona- compararon estas experiencias con las alucinaciones inducidas por drogas, donde aparecen formas como el túnel, el espiral, la trama o red cristalina y la telaraña, descriptas por Heinrich Klüver en 1930 y profundizadas por Ronald Siegel en los ‘70. Para ellos, los patrones repetitivos reportados podían ser moldeados por el recuerdo de casos similares que los resucitados pudieron haber leído o escuchado en los medios.
¿Todos los que estuvieron próximos a la muerte revivieron una ECM? Una encuesta realizada por Gallup en 1982 estimó que uno de cada siete adultos ha estado cerca de morir, y que de éstos, uno de cada veinte vivió una ECM. En contra de lo que se cree, no hace falta haber estado al borde de la muerte para pasar por la experiencia: ha sido descripta por personas que han tomado ciertas drogas, estaban muy cansadas o estaban llevando sus actividades ordinarias. Lo mismo sucede con el túnel: “Esta visión -escribe Blackmore- puede ser experimentada en la epilepsia y la migraña, al quedarse dormido, al meditar o simplemente al relajarse, aplicando presión en ambos globos oculares y con ciertas drogas como LSD, psilocibina o mescalina”.

 

 

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