NO TE MUERAS NUNCA, SUEIRO
En "Más allá de la vida" (1990), Victor Sueiro le dedicó un libro entero al tema evitando mencionar las hipótesis científicas propuestas para explicar las ECM. En "La Gran Esperanza" (1991), su segundo libro, el periodista que volvió de la muerte batió su propio record, porque las citó... pero al sólo efecto de descalificarlas.“La neurología -escribe- ensayó hace un tiempo una posibilidad de que el cerebro segregue una sustancia (que desconocen, claro) que provoque esas ‘visiones’. Pero el asunto parece no caminar ya que 1) nunca hubo manera de comprobar semejante cosa; 2) durante una muerte clínica, es imposible alucinar, sólo es posible en estado conciente”. (p. 168-9).
Ya en 1989, el doctor Karl Jansen, en el British Medical Journal, propuso que la falta de oxígeno en el cerebro puede inducir fenómenos alucinatorios vinculados con las ECM: cuando la irrigación se altera se produce un desbalance catastrófico en la actividad eléctrica del cerebro, ya que desaparecen mecanismos inhibitorios y, al mismo tiempo, se produce una liberación y acumulación del glutamato, el principal neurotransmisor excitatorio de la corteza cerebral.
Ahora bien, ¿pueden estas experiencias suceder durante la llamada muerte clínica? “No es posible dar una respuesta confiable sobre el momento preciso en que sucede la ECM. ¿Ocurre luego de detenido el corazón? ¿Más tarde? ¿O incluso durante la fase de recuperación?”, se pregunta el doctor Fernando Saraví, biofísico de la Universidad de Cuyo. “En cualquier caso -responde- es imposible afirmar que una persona que ha sido reanimada ha estado ‘muerta’ en el sentido técnico del término. Uno o más paros cardíacos, o un electroencefalograma plano, no constitituyen en sí muerte. Hasta las células cerebrales, las más sensibles, sobreviven algunos minutos”.

TEOLOGIA DEL NEUROTRANSMISOR
El doctor Ernesto Gil Deza, un oncólogo con años de experiencia en la atención de enfermos en situaciones terminales, hizo constar en las historias clínicas de varios ex pacientes relatos de ECM con curiosos elementos proféticos. “Un sábado, un paciente que estaba con un cáncer gástrico avanzado me dijo: ‘Anoche se me apareció Jesús y me reveló que el domingo me iba a venir a buscar’. Le pregunté si no había sido un sueño. ‘No -me contestó- yo siempre imaginé a Jesús de blanco, y esta vez llevaba una túnica celeste. Creo que mañana me voy a morir’. Entonces le dije: ‘Si fuera así, ¿en qué lo puedo ayudar?’ Me pidió que le transmitiera al hijo que buscara un cura. Se lo trajo y el hombre murió el domingo”. Gil Deza rescata, en estos casos, la aceptación apacible de la muerte y la súbita conciencia de su proximidad. “¿Están tranquilos porque el cerebro libera endorfinas o por el sentido que le dan a su experiencia? Probablemente ambas circunstancias convergen en un mecanismo neurológico de alerta desatado ante el máximo estrés posible”.
En 1989, los investigadores Saavedra-Aguilar y Gómes-Jería, en el Journal of Near Death Studies, sugirieron que el estrés cerebral posterior a un episodio próximo a la muerte lleva a la liberación de neuropéptidos y neurotransmisores (en particular endorfinas u opiáceos endógenos) que estimulan el sistema límbico, lo que explicaría los estados emocionales positivos habitualmente asociados con estas experiencias.
Gil Deza, católico practicante, separa su fe religiosa de la ciencia y asegura haber identificado las razones por las cuales mucha gente parece incapaz de tomar distancia de la experiencia. “No juzgo a los que interpretan estas vivencias desde la fe. En mi caso, no me sirven para tener más fe. No las necesito. Si creo que son evidencia del más allá y se prueba que estoy equivocado, perdí. Mi fe espera un premio a mi conducta, no a mi credulidad”.
Frente a las declamaciones de quienes promueven a las ECM como evidencia de la migración del alma, Gil Deza recomienda no incurrir en la ‘teología de café’. “Si durante estas experiencias cada uno ve a su profeta, hay contradicciones insalvables o debemos aceptar el politeísmo”. El oncólogo se refiere a los estudios que prueban que las influencias culturales alteran el contenido de la experiencia: los protagonistas de ECM nunca describieron símbolos o deidades de una cosmovisión religiosa diferente de la propia. “Por eso yo diría -continúa Gil Deza-: ‘Señores, déjense de embromar: las ECM no son un certificado de vida eterna’. La perspectiva científica es, en estos casos, mucho más enriquecedora que la religiosa”.
Veinte años de investigaciones sobre las ECM han enseñado que los modelos neurofisiológicos, centrados en los mecanismos de producción del fenómeno, son complementarios a los psicológicos, que lo explican como una respuesta adaptativa frente al peligro de muerte inminente.
El religioso escepticismo de Gil Deza no le impide ver que estas experiencias pueden ser aprovechadas para mejorar la calidad de vida de los enfermos: “El paciente necesita más de la capacidad de escucha del médico que de nuestro discurso. Hay casos en que hipermedicar o quitar la conciencia no ayuda, pues los dejamos sin la posibilidad de expresar vivencias que, disparadas por mediadores bioquímicos, pueden estar facilitando una muerte pacífica”.
Las discusiones científicas sobre las experiencias en el umbral de la muerte acaso no enseñen mucho sobre el mundo de los espíritus. Pero nos pueden conducir a fascinantes descubrimientos sobre cómo mejorar el mundo de los vivos. No es poca cosa, aunque más no fuera por una cuestión de prioridades.

Primera publicación: revista DESCUBRIR Año 7 N° 76, noviembre de 1997. © Alejandro Agostinelli. Todos los derechos reservados.

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