[PERSONAJES]

OCTAVIO FERNANDO ACEVES:
EL OTRO BRUJO DE ISABELITA
Por Hugo Estrella Tampieri

Fue el brujo mimado por políticos derechistas y militares cuando ellos, que por entonces manejaban el poder, decidían quién vivía y quién moría en la Argentina. Entre ellos se encontraban Isabel Martínez de Perón -quien a su lado tenía a otro brujo, más nefasto e influyente, José López Rega- el General Ramón G. Díaz Bessone y el Almirante Eduardo E. Massera. Al parecer, la democracia no le sentaba bien, porque enseguida emigró a España, donde empezó de cero. Los claroscuros de la etapa en que vivió en su país natal nunca habían sido evocados. Hasta ahora.


Comenzó a hacerse conocido en España en la década del ‘90. El vidente argentino, con sus amaneramientos e impostaciones, logró hacerse un lugar en los medios, especialmente cuando intervino en la búsqueda -por medios paranormales, claro- de Anabel Segura, una joven secuestrada en abril de 1993 y a quien Octavio Fernando Aceves dio por viva en Guadalajara “cuando llevaba semanas muerta y enterrada en Toledo” (1). Aceves tenía una frondosa, casi se diría colorida biografía en la Argentina. Naturalmente, cuando se trasladó a España era casi un hombre “sin historia”. De ella, como John Doe, casi no había rastro. O, mejor dicho, sólo la versión que de ella presentaba el propio Aceves para vender un producto, sus alegados poderes parapsicológicos, los cuales, si se visita su web site, se advierte le permiten un holgado pasar.
Un encuentro casual de su nombre en Internet transportó a un colaborador de Dios! a un viaje en el tiempo. Este es el “diario” de aquel encuentro, o el resultado de una tarde donde el escritor y humanista secular argentino, Hugo Estrella Tampieri, se sentó frente a su PC para recordar aquellos años, cuando, siendo muy joven, su vida se cruzó con la de don Octavio Aceves, quien por entonces era consultor esotérico de confianza de personalidades clave en la etapa más negra de la historia política argentina contemporánea, entre ellos Isabelita, última esposa de Juan Domingo Perón, el General Ramón Díaz Bessone y Eduardo Emilio Massera.

MENDOZA, 1970: MILITANCIA Y MISTICISMO
Mi madre enviudó muy joven, a los treinta y tantos años. De un día para otro había perdido a la mitad de su familia y debió hacerse cargo de su propia manutención y de la mía, además de batallar para poder ejercer la profesión liberal en un medio hostil a la mujer independiente, como la Mendoza de principios de los 70.
Fue en esas circunstancias, sumadas a la generalizada locura de la sociedad que veía enemigos por todas partes, bombas y guerrilleros, como asimismo brutales ataques represivos y "comandos de moralidad" que tomaban el control dela ciudad al caer el sol, que conoció -conocimos- a Octavio Fernando Aceves.
Para nosotros, la situación era por demás complicada: además de la cuestión económica y profesional, se sumaba la militancia política en la centro izquierda y su actividad como escritora.
Eran tiempos de lucha interna entre facciones peronistas, que en Mendoza se expresaba en un juicio político contra el Gobernador (de izquierda) capitalizado por el ViceGobernador (dirigente gremial de extrema derecha). Los diputados opositores a la destitución del Gobernador, por cargos irrelevantes, eran perseguidos brutalmente, tal el caso del Radical Mario Fradusco -amigo íntimo y vecino de nuestra familia- cuya casa fue ametrallada, y su auto semidestruido a puntapiés por las hordas fascistas. O el diputado de la Juventud Peronista (de izquierda) Eduardo Molina, amigo del anterior, cuyo auto fue dinamitado en pleno centro, quien debió huir para salvar la vida. También se salvó por poco una diputada de su mismo grupo, que se escapó con una peluca y un vestido que mi madre le llevó hasta el refugio donde protegía su vida.
Mendoza, finalmente, fue intervenida. Sus instituciones democráticas fueron clausuradas por decisión de la Presidente de la Nación, Isabelita, quien envió a Antonio Cafiero, avalado por su camarilla ultraderechista y el hombre que regía el país entre bambalinas, José López Rega.
El miedo, las bombas a los teatros, la caza de intelectuales y la represión que se vivía, junto a un hippismo provincial muy a la moda de ese entonces, volcó a mucha gente, en general razonable y bastante racional, a participar de grupos un poco místicos o a buscar soluciones mágicas o, al menos, cierta tranquilidad que, gente evolucionada como ellos, ciertamente no iba a ir a buscar en una iglesia, menos a la Iglesia Católica. Es ahí adonde entraron a tallar personajes como Aceves. Y, visto a la distancia, si dan ganas de reírse es por no llorar. Cuesta trabajo pensar cómo alguien pudo haber creído tanta, pero tanta afirmación delirante.

UN “INFLUYENTE” ASTRAL
Comenzando por su vida personal, Octavio Aceves era un completo disparate. Todo en su vida lo era. Recuerdo su departamento, en la calle Catamarca de la Ciudad de Mendoza: un monoambiente dividido en dos por un tabique de madera y acrílico naranja. De un lado, la “sala de espera”, con un par de silloncitos, un ikebana y algún cuadrito. Pasando el tabique, el ambiente donde estaba el resto de la “casa-consultorio”, distribuido en L. De un lado, la mesa redonda donde Aceves echaba las cartas. A la izquierda, un puf y un arcón junto a una bibliotequita. Un poco mas allá, la cama, con un estante suspendido sobre la cabecera, con más libros. En ese entonces el esmirriado vidente usaba ropita negra y un permanente colgante de bronce labrado, en forma de tubo, el famoso “péndulo” que, según decía, ayudaba a su concentración y el ejercicio de sus poderes.
Desfilaban por allí decenas de profesionales, artistas y, poco a poco, gente con crecientes cuotas de poder político, primero jueces, luego, inevitablemente, los militares, uno en particular. Yo los conocí a casi todos. Con mis pocos años, toda la historia era medio como un cuento. Siempre acompañando a mi madre en su vida social, íbamos seguido a lo de Aceves. Allí se reunían a conversar y pasar veladas agradables gente del “ambiente” artístico, periodistas, pintores y escritores. En esa época, él se había comenzado a jactar de su amistad con Isabel Martínez de Perón, por quien nadie del grupo sentía especial aprecio. Lógicamente, se le perdonaba todo: era el gurú.
Probablemente, nadie tomaba demasiado en serio sus comentarios políticos; de hecho, él mismo decía estar “más allá de esas cosas”. Sólo atendía a “Isabelita” en su condición de “dotado". Aceves tenía, por entonces, 26 años. Y se la pasaba yendo y viniendo los 1000 km. que separan a Mendonza de Buenos Aires en avión –todo un lujo en ese tiempo- por cuenta de la Presidencia, para atender a “la Señora”.
Quien aparentemente era más dotado, pero en un sentido que atraía más a Octavio, era Daniel X: un profesor de francés que por entonces -según él- compartía su departamento porque así ahorraban alquiler. Daniel era un muchacho buenísimo, de 23 años, que había vivido un tiempo en Francia, y vivía su homosexualidad de manera un tanto culposa. La relación la ocultaban a todo el mundo, aún a los íntimos. Tan eficaces no eran: si yo, siendo un chico, me daba cuenta, con más razón debía darse cuenta un adulto. Pero no sé: la voluntad de creer es más fuerte que los ojos de un niño. Ni mi madre reparaba en el asunto, tal vez porque nunca le importó demasiado la opción sexual de la gente.

DE VACACIONES CON... ACEVES
Tan poco le importaba que una vez fuimos juntos de vacaciones. Fue en un mes de febrero, probablemente del 76, antes de la catástrofe del 24 de marzo, que estuvimos mi madre y yo en una habitación, y Octavio y Daniel en la contigua, en el Hotel Quequén, en los alrededores de Necochea, en la costa atlántica argentina. Para desazón de nuestros vecinos, ambas habitaciones, como en los hoteles antiguos, estaban comunicadas por una puerta que estaba siempre cerrada, pero por las dudas nos advirtieron, que no fuéramos entrar, porque -siendo verano- dormían desnudos. La verdad es que el tema no me interesaba en absoluto: yo estaba más entretenido en jugar con los hijos del dueño del hotel. En esa misma época estuvo el elenco municipal de teatro de Mendoza, contratado en Necochea, dirigido por los grandes del teatro cuyano, Cristóbal Arnold y Gladys Ravalle. También fue ameno andar entre bambalinas y conocer los secretos del teatro en que daban una obra para adultos, "El Juego que todos Jugamos", de Alejandro Jodorowsky, y el elenco infantil "El tucán escocés". No sé si Aceves tuvo algo que ver con ello, pero con el tiempo me llamó la atención que -al final de la temporada, a pocos días del golpe- Ravalle y Arnold fueron cesanteados junto con el resto del elenco, y algunos actores fueron directamente encarcelados.

EL "AMIGO"... DEL PROCESO
Desde entonces, la relación de nuestro grupo con Aceves se puso cada vez más tensa. A medida que en la Argentina la situación se derechizaba, él tomaba partido más directamente en el asunto. Un General de División de la ultraderecha que respondía al Almirante Emilio E. Massera, la "pata peronista" del Golpe Militar, estaba entre los acólitos de Aceves. Nunca lo vimos personalmente: este personaje no se reunía con el grupo de “bohemios”, sino que -con mucha inteligencia, en un país que tenía vertientes enfrentadas con violencia-, Aceves “ponía huevos en las dos canastas” y no las mezclaba. Las reuniones con el General Ramón Genaro Díaz Bessone eran, como sus encuentros con Isabelita, parte de las cosas que contaba al resto dándose aires, y exhibiendo cartas, pero no juntaba a unos con otros.
Producido el golpe, y brutalmente triunfante la derecha, Aceves empezó a poner distancia con el resto de sus amigos, a quienes usaba desembozadamente y sin ninguna vergüenza. Uno a uno fueron quedando fuera de su círculo íntimo los intelectuales, incluso su pareja, y empezó a promocionar su noviazgo con una señorita. La derechización de las costumbres también debió pegar en su interés por congraciarse con sus nuevos amos. Era una época en que -por tener ciertas amistades- se desaparecía, pero también se ganaba impunidad. Y él exhibía su garantía de impunidad en una tarjeta con un salvoconducto firmado de puño y letra por el General Díaz Bessone, Ministro de Planeamiento de la Dictadura desde el primer día del asalto al poder.
Había otras personas de la derecha local que estuvieron en su grupo místico-político, gente que seguía embelesada el entonces famoso "retorno de los brujos" (ahora que lo pienso es casi una broma cruel), que con el correr de los años terminaron siendo dirigentes del partido que fundó Massera para continuar su aventurerismo, cuyo nombre me reservo porque ha muerto y sus parientes no merecen que lo recordemos públicamente.

MEGALÓMANO DE NOTA
Aceves siguió un tiempo más en Mendoza, ahora volcado al mundo de la música además de su oficio como vidente, tarotista y pendulero (¿o pendulario?), ya que lo único que se respetó medianamente en el mundo de las artes fue la orquesta sinfónica. Un año antes había dado rienda suelta a su megalomanía musical -se decía cantante lírico- cantando en el Teatro Colón. Pero no como él mismo cuenta sino merced a que una de sus amistades alquiló el Salón Dorado (una cuestión comercial, sin grandes requerimientos estéticos) y, seguramente, merced a la paupérrima gestión cultural que tenía el gobierno peronista de entonces, cuando el Ministro Julio Taiana fue reemplazado por Ivanissevich, que se sacaba fotos saludando con el brazo en alto. No grabé su concierto, al que no fui, sino su testimonio: nos contó haber aparecido vestido con un kaftán dorado largo hasta los pies y haberse retirado envuelto en un “tapado de oso con los pelos largos así”. ¡Hoy leo que dice ser dirigente ecologista!
Recuerdo, eso sí, alguna velada de gala con los palcos del Teatro Independencia abarrotados de uniformados que aplaudían entre movimiento y movimiento, con Aceves arrobado en la contemplación de su novia, una morochita esmirriada de anteojos que tocaba la viola.

Y ACEVES… SE FUE
Cuando finalmente mi madre se dio cuenta de sus continuas manipulaciones económicas, políticas y humanas, rompió lanzas con él. Como lo fueron haciendo el resto de los amigos que se encontraron usados y abusados, envueltos en conflictos hasta maritales por los cuentos y “consejos” del dotado. Lo último que recuerdo fue una enfermedad que tuvo, algo grave, que hizo que su madre viniera de Rosario, de donde era oriundo, a cuidarlo. La pobre señora, al parecer, ni se imaginaba la vida que llevaba el nene. Pero, con mucha clase, lo cuidó y se mandó a mudar, dejándolo a cargo de sus amigos, quienes cuidaron -y pagaron- sus cuentas y atención.
Poco después supe que se había ido a vivir a Buenos Aires, convocado por “urgentes razones de Estado”. Parece que Díaz Bessone y Massera lo necesitaban cerca para poder guiar bien al país, como evidentemente solo pudieron hacerlo con asesores como Aceves.
No sé cuando partió para Europa. Pero, por esas cosas de Internet, descubrí su página y me indigné por los insospechados alcances de la estupidez humana. Me indigné al ver cómo estos personajes nefastos, que han sido partícipes íntimos de quienes decidían sobre la vida y la muerte, la tortura y la desaparición de tanta gente, hoy son aplaudidos por el jet set de la democracia española.
Yo no tengo mayores historias con este personaje, aunque reconozco que me apena pensar que mi madre y tanta otra gente buena pudo creerle y estar bajo el dominio de una persona así. Supe que había gente que no tomaba ninguna decisión sin consultarlo y que algunos jueces lo buscaban por fallos complicados. Inclusive supe que fue consultado por la familia de un chico que raptaron, de apellido Esteller, a quien Aceves “veía” en "una bañera llena de formol". La verdad es que no recuerdo si a este chico lo encontraron, ni cómo (2).
A mí, todo lo que me llamaba la atención era lo que contaba del “aura”, un cuentazo muy de moda. Según él mismo, visualizaba las características de la personalidad del sujeto según el color. Y Aceves, por supuesto, veía el aura. A mí me dijo que, por ser niño, la tenía blanca, y mi abuela la tenía amarilla.

Ahora que lo pienso, por la única razón que me gustaría volver a ver a Octavio Aceves es para que me diga ¡de qué color se me puso el aura!

Hugo Estrella Tampieri © 2003 Especial para Dios!

Notas:
(1) Carballal, Manuel; Los expedientes secretos - El Cesid, el control de las creencias y los fenómenos inexplicables”. Planeta, 2001. Pág. 85.
(2) N. del. E.: El secuestro extorsivo al hijo de la familia Esteller, dueños de una importante bodega de Mendoza, sucedió en 1975. Aceves no fue el único mentalista que actuó a pedido de familiares directos. Sus captores pedían 25 millones de pesos para devolver al joven con vida. Por entonces, la familia publicaba solicitadas en los diarios de todo el país que decían: “Nosotros cumplimos, cumplan ustedes”. El joven apareció muerto.

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