[RELIGIONES DE DISEÑO]

GOLPEANDO LOS PORTALES DEL CIELO
Por Alejandro Agostinelli
Monjes cibernéticos devenidos en magos de la interactividad, peregrinajes iniciáticos hipertextuales, misas paganas on-line... La sociedad digital asiste a una explosión de experiencias religiosas virtuales. Si Dios está en todas partes, ¿para qué ir a una iglesia? Y si el ciberespacio, como Dios, también es omnipresente, ¿por qué no rezar a través de la Web?
Los cuatro fieles orientan sus computadoras, alineadas en red, hacia los puntos cardinales. Se conectan a la Web, escriben en el navegador el URL del ciberchamán y, en un pase sincrónico, cliquean Enter. Los monitores brillan, la Luna también. Las PC rodean un círculo mágico formado por velas rojas y algunas estatuillas sobre el césped. El ingeniero Mark Pesce es el maestro de ceremonias. Cada pantalla muestra un ángulo distinto del espacio sacro tridimensional. Cuatro poliedros multicolores (los “elementos”) y una esfera metálica (el “caos”) vagan por el monitor. Un iniciado entona un mantra, otro recita un pasaje mitológico y una mujer desnuda danza alrededor del círculo, al ritmo de una campana tibetana. Más tarde, el anillo mágico se expande: entran a la Web los internautas que siguen a Pesce en todo el globo. Objetivo a cumplir: “que el espacio electrónico entre en resonancia con el mundo real”.

Así como los antiguos paganos invocaban a los elementos que -según su credo- constituían el Universo (aire, agua, tierra y fuego), Pesce recurre a los componentes de la sociedad digital: silicio, plástico, fibras ópticas y vidrio... (Merlini, 1998)

Es que los designios del Señor son inescrutables. Y ahora, que sus infinitas viñas se extienden por el ciberespacio, vuelven a desafiar la capacidad de asombro. Todos los días, una nueva propuesta espiritual intenta abrirse camino en la Web. No siempre cuentan con una vida anterior en el mundo real: de millones de sitios que responden a movimientos religiosos establecidos, sólo unos pocos nacieron, crecieron y se consolidaron exclusivamente en la Red. Su principal atractivo es que supieron adaptarse al nuevo soporte digital: millares de cultos acopian datos personales de potenciales adeptos para mejorar la cosecha (pueden contactar al interesado en la intimidad de su casa en un momento de aislamiento y soledad), se celebran rituales donde el cuerpo se une a la máquina para alcanzar el éxtasis místico (el creyente posa la palma de su mano en el monitor para recibir “fluido vital”) y surgen comunidades on-line donde los miembros son representados por íconos o “avatares” que son bautizados con “agua virtual”: la interactividad comienza a ofrecer un medio casi tan “caliente” como la participación de cuerpo presente en una iglesia de verdad.

La Primera Iglesia del Ciberespacio está entre las pioneras. Miles de internautas se conectan a la vez para rezar mientras oyen un sermón on-line y muchos juran que -pantalla mediante- suceden milagros. Fue creada por Charles Henderson, un pastor presbiteriano orgulloso por sus “treinta años de experiencia en ministerios convencionales”. Henderson predica la necesidad de que cristianos, budistas, judíos e islámicos se asocien en un portal común para fundar el “Gran Templo Cosmopolita” de la Red y se jacta de haber lanzado “el primer site ecuménico de teología Java de la Historia”. Convencido de que “el impacto de Internet en la religión será igual o mayor que la invención de Gutenberg”, el ciberpastor piensa que, así como la imprenta arrebató el monopolio de la Biblia a las jerarquías de la Iglesia permitiendo que cualquiera pueda acceder a ella sin intermediarios, “Internet ayuda a que los buscadores espirituales entren como si usaran el carrito del supermercado, tomen lo que necesitan, y reconstruyan su propia fe personal”. Cybersoc, un journal electrónico que nuclea a los principales analistas del ciberespacio, recoge el testimonio de una fiel de Henderson: “Me ayuda a pasar el día: puedo leer sermones y chatear con otros creyentes. Por el horario de mi trabajo, no puedo asistir a los servicios de una iglesia”. Otra novedad: la presencia física del creyente deja de ser imprescindible para el Dios de la era digital.

 

 

NOTAS RELACIONADAS
Los santos (eléctricos) vienen marchando