[ANTROPOLOGÍA X]

TRANCE Y POSESIÓN: LA COMPLEJIDAD DE UNA EXPERIENCIA
Por Alejandro Frigerio
Los estudios neurofisiológicos de la actividad cerebral durante la experiencia mística (como los que llevan a cabo en la Universidad de Pennsylavania Andrew Newberg y Eugene d’Aquili, ver nota Santas Neuronas!) pueden arrojar resultados prometedores. Pero el hombre -tanto mientras las vive como cuando emerge de estas experiencias- suele ser complejo. Y hay muchas cosas que un escáner no puede detectar. Los antropólogos usan la conveniente etiqueta de estado alterado de conciencia para englobar el estudio de experiencias religiosas particularmente intensas.
En tales casos, el individuo cree entrar en contacto con una realidad diferente de la cotidiana, e interactuar con fuerzas o seres espirituales. Entre los estados alterados más comunes están la meditación (conocida a través del yoga, el budismo zen o sus símiles new age); el trance shamánico (propio de los nativos americanos) y el trance de posesión, típico de culturas africanas y sus derivados afro-americanos. La distinción entre estos ultimos estados radica en que en el primero, el espíritu del shamán (usualmente por medio del uso de técnicas de hiperventilación o la ingesta de alucinógenos) viaja hacia el mundo espiritual, mientras que en el segundo un ser espiritual se introduce en el cuerpo de los miembros del culto.
Esta clasificación permite establecer un primer orden dentro de la amplia gama de prácticas, creencias y experiencias religiosas, pero ignora las sutiles variaciones que los practicantes de todas estas religiones distinguen dentro de las mismas. En Buenos Aires, donde las religiones afrobrasileñas se han difundido rápidamente, se pueden apreciar las gradaciones que los practicantes distinguen dentro de comportamientos que para un observador externo resultan idénticos, así como la habitualmente conflictiva evaluación que realizan de éstos.
Los umbandistas porteños reconocen tres niveles: Irradiación, encostamiento e incorporación. Para ellos, Irradiación significa que la energía de la entidad está llegando al médium, pero que aún no dirige su cuerpo. El médium puede experimentar sensaciones extrañas en ciertas áreas corporales o puede tener intuiciones especiales, pero está plenamente conciente y tiene control de su cuerpo. Usan la palabra encostamiento para denotar que el espíritu está al lado del médium, tocándolo, y con un control parcial sobre su cuerpo. Esta proximidad puede afectar la conciencia del médium, borrando parte de sus recuerdos. Ambos vocablos denotan una forma de posesión parcial. Por otro lado, los umbandistas locales usan la palabra incorporación para referirse a una posesión completa, en la que -siempre según sus creencias- la entidad ha penetrado el cuerpo del médium y controla todos sus movimientos .
Los practicantes distinguen, además, tres grados diferentes de conciencia durante el trance. El médium puede estar conciente de lo que sucede durante el trance; puede estar semi-conciente o puede estar inconciente. En el primer caso, recuerda todo lo que sucedió mientras estaba en trance, en el segundo recuerda sólo ciertas cosas, y en el tercero no recuerda nada.
Además de distinguir entre niveles de trance y de conciencia durante el mismo, no todos los umbandistas evalúan un determinado trance de la misma manera. Dado que para ellos quien incorpora un ser espiritual puede ayudar a quienes lo consultan a resolver problemas personales de toda índole, resulta imperativo que el grupo religioso valide el trance de posesión de cada médium.
Se produce así una construcción social del trance, ya que además de lo que el individuo sienta o experimente -y de los mecanismos biológicos que intervienen en esta experiencia- es el grupo religioso el que debe validar que la suya es una posesión total y no parcial y que en ella interviene el espíritu correcto -y no otro de menor jerarquía espiritual-. Estudios realizados en varios países de América y de Africa muestran que estas distinciones y desvelos son comunes a quienes practican religiones mediúmnicas.

Primera publicación: En revista “Descubrir”, Año 8 N° 86, Buenos Aires, Argentina, Setiembre de 1998. Fuente original en la web: www.dios.com.ar. © Alejandro Frigerio (1998).

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