Keel, John Alva

Periodista, Escritor. EE.UU.

Dos décadas antes de entregarse al estudio del tumultuoso universo de las realidades parafísicas, y cuando todavía no se había dado cuenta de que para comprender la naturaleza de los misterios de nuestro tiempo iba a necesitar ensanchar los límites del “marco de referencia”, Alva John Kiehle -nacido en Nueva York en 1930- era un periodista que buscaba emociones fuertes. No había cumplido 16 años cuando el New York Times publicó su primera crónica, que imprimiría tempranamante el carácter de sus preocupaciones ulteriores: en ella describe las enigmáticas esferas luminosas que alborotaban el vuelo de los pilotos aliados.

Pocos antes de que cayeran las bombas del final de la II Guerra Mundial, cambio de apellido mediante, Keel acabó atrapado por aquellos acontecimientos celestes que, al cabo de un par de años, habrían de transformarse en una euforia de alcance mundial.
En 1952 produjo un programa radial llamado Things in the Sky (Cosas en el Cielo). El siguiente año viajó a Egipto, pasó una noche dentro de la Gran Pirámide de Gizeh y transmitió sus vivencias, en directo, para la radio norteamericana. Entusiasmado, emprendió una gira que lo iba a llevar del Nilo al Ganges. Luego visitó el Tibet, donde participó de una cacería científica para dar con el legendario yeti. En Jadoo, que se publicó cuando no había cumplido 27 años, Keel contó cómo llegaron a distinguir a su peluda silueta en fuga. “El Hombre de las Nieves se nos escapó entre los dedos”, escribiría.


DE LLENO EN LA UFOLOGÍA
A comienzos de los años ’60 ingresó a la Aerial Phenomena Research Organization (APRO), consagrándose a los OVNIs a tiempo completo. Durante el bienio 1964-65 una colosal oleada de noticias sobre OVNIs se abatió sobre los Estados Unidos. Keel, contagiado por el clima de invasión, se convenció de que la saga platillista no podía ser otra cosa que naves del espacio exterior. Por entonces, para él, sólo bastaba con reunir de una vez por todas las pruebas que avalalaran la hipótesis interplanetaria.
Pero a medida que sus investigaciones progresaban, el número de interrogantes crecía y el panorama de lo inexplicado, antes que simplificarse, se ampliaba cada vez más, alejándolo de sus impresiones iniciales. Pronto intuyó que el de los OVNI era parte de un mosaico de enigmas añadido a un multifacético arco iris plurifenoménico: evidencias de extraños monstruos rechazados por la zoología, apariciones folklóricas y religiosas cuidadosamente apartadas por sus colegas, cultos esotéricos casi desconocidos por otros exploradores del misterio, fenómenos como el Poltergeist y disciplinas malditas como el Espiritismo o la demonología… Para él, todas estas manifestaciones tenían algo en común. Persuadido de que eran piezas de un rompecabezas esperando un paciente jugador dispuesto a reunirlas, Keel advirtió la necesidad de alterar el ángulo de visión para crear un contexto que fuera capaz de contenerlas.

ALEJÁNDOSE DE ET
En su primer intento por ensamblar una pieza con otra según el filo de la muesca, le pareció que comenzaba a descorrer el velo de ese cuadro ensombrecedor cuando escribió "Strange Criatures from Time and Space" (1969) [El enigma de las extrañas criaturas, Ed. ATE, Barcelona, 1981]. Poco después se editó "Operation Trojan Horse" (1970) [Operación Caballo de Troya], su segunda obra, sólo bien recibida por quienes habían comenzado a desprenderse de los pesados atavismos culturales impuestos por más de 20 años de una ufología cegada por la Hipótesis Extraterrestre.
Al mismo tiempo que Jacques Vallée, Keel vislumbró el estrecho vínculo semántico que unía a las historias de platillos volantes con relatos del folklore universal. Así se explica, por ejemplo, "The Mothman Prophecies" (Las Profecías del Hombre Polilla, 1975), libro insoportable si los hay para todo buen creyente en los hermanos del espacio pero... también indigerible para la raciononalidad (a menos que la racionalidad siga la lógica circular de la paranoia). Sin temor a que sus reflexiones provocaran el rechazo de los científicos recién llegados al dossier platillista, hizo pública la sospecha según la cual “desde tiempos inmemoriales la raza humana está siendo manipulada por un fenómeno que coexiste aunque en un plano diferente con nuestro planeta”.
Simultáneamente, bajo el seudónimo Edward Callenger, Keel dirigió Anomaly, una revista dedicada a misterios de la ciencia. Más tarde se hizo cargo de la edición de Pursuit, publicada por la forteana Society for the Investigation of the Unexplained (S.I.T.U.) que había fundado su amigo Ivan T. Sanderson. En 1977 siguió bosquejando su cosmovisión con "The Eighth Tower", donde apostó a la naturaleza esencialmente electromagnética del fenómeno que opera detrás de las manifestaciones perceptibles de aquella segunda realidad, que se moverían entre nosotros como anguilas luminosas, pero bañadas con las aguas de “otra dimensión”.

¿CREADOR DE UNA NUEVA FRONTERA?
Cuando Keel introdujo el concepto de parafísica para resumir el temperamento de sus teorías, provocó un enérgico temblor en el apacible mundillo de los ufólogos. Desde ese entonces, las ideas que reflejó en sus obras revitalizaron la aspereza que necesariamente debía condimentar todo debate cosmo-psicológico centrado en el OVNI, logrando hacer trascender las posibilidades intelectuales de la (indisciplinada) disciplina ufológica, llevándola más allá de sus fronteras clásicas.
Como todos los escritores de su estilo, y a la manera de Charles Fort, John Keel se convirtió en uno de esos aventureros-intelectuales que hicieron escuela. El maestro de una generación que valoró sus enseñanzas como fuera un brujo moderno, un chamán neoyorquinizado. Otros le recriminaron, quizá con justicia, pero sin ninguna compasión, haber actuado con poco espíritu crítico al seleccionar la casuística de la que se sirvió para sus especulaciones posteriores. Sin embargo, los alumnos rebeldes deberán admitir que la parafísica keeliniana emergía justo cuando predominaban los enfoques más superficiales en torno a las noticias ufológicas y un áura gris revestía la literatura del momento: cuando todos bebían de las mismas fuentes, analizaban las cosas que se veían en el cielo con el mismo prisma y encontraban extraterrestres hasta en la sopa, Keel hacía un alto en el camino. “Las creencias y las especulaciones populares se basan en informes prejuiciados, en interpretaciones erróneas y en la incapacidad de ver más allá de los límites de cualquier marco de referencia”, advertía.
A muchos les cuesta convencerse de que la pararrealidad expuesta por Keel en su obra descansa sobre cimientos firmes. Tienen razón: pocos espíritus críticos aceptarán deambular a través de su espantosa galería de monstruos ultradimensionales. Tal vez Keel lo hizo porque aceptó correr el riesgo. Tal vez hizo una lectura atropellada de la realidad-real y distorsionó los hechos siguiendo a su modo el modelo realista fantástico que impuso Planeta en los ’60. Quizá supo que era el precio que debía pagar para echar su mensaje en la ranura del pensamiento ajeno.
Las amigos acostumbrados a recorrer ciertos laberintos de la mente tal vez suscriban que zambullirse en los ensayos de Keel durante una noche de invierno implica recrear una magia digna de su legado: los fantasmas apocalípticos que sacuden las sábanas en la noche hablan de mundos que emprenden la fuga cada vez que alguien pretende espiarlos a través de la mirilla de la razón. ¿Qué ve un keeliniano a través de ella? Quizás, un universo espantosamente parecido a esas sombras que se burlan del mundo real, asustándonos durante el sueño. Esas sombras que algunos llaman pesadillas.

Buenos Aires, agosto de 1986

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Por Alejandro Agostinelli. Este texto es parte del Proyecto Enciclopedia Multimedia de Cultos, Mitos y Misterios. Exclusivo para Dios! © 2002 Todos los derechos reservados.]

 

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