[ MANIFIESTO ]
TEILHARD DE CHARDIN Y SU HIMNO A LA MATERIA

Las infinitas singularidades que alejan y acercan a los “polos opuestos” (física y mística; ciencia y religión; materialidad y espiritualidad; individuo y humanidad; pasado y futuro; persona y Dios; Oriente y Occidente; evolución interior y progreso) tiñen la obras de Teilhard de Chardin, un ferviente religioso en cuya mente convivieron sus profundas creencias cristianas y su interés por las ciencias naturales. No calló las contradicciones que suscitaron en él esas polaridades y fue centro de una controversia en el seno de la Iglesia Católica, que acabó expulsándolo en vida para -después de su muerte- reivindicarlo. Lo mismo sucedió en la sociedad laica. No en vano, en 1966, el director general de la UNESCO, en 1966, comparó a su genio con el de Albert Einstein y dijo: “P. Teilhard de Chardin desató en el XX uno de los más intensos y constructivos desasosiegos intelectuales.”. La búsqueda de Teilhard de Chardin de “la divinidad en la materia” le llevaron a escribir “Himno del Universo” (1965), de la que extraemos un fragmento:

HIMNO A LA MATERIA

Por Pierre Teilhard de Chardin

Bendita seas tú, áspera Materia, gleba estéril, dura roca, tú que no cedes más que a la violencia y nos obligas a trabajar si queremos comer.
Bendita seas, peligrosa Materia, mar violenta, indomable pasión, tú que nos devoras si no te encadenamos.
Benditas seas, poderosa Materia, evolución irresistible, realidad siempre naciente, tú que haces estallar en cada momento nuestros esquemas y nos obligas a buscar cada vez más lejos la verdad.
Bendita seas, universal Materia, duración sin límites, éter sin orillas, triple abismo de las estrellas, de los átomos y de las generaciones, tú que desbordas y disuelves nuestras estrechas medidas y nos revelas las dimensiones de Dios.
Bendita seas, Materia mortal, tú que, disociándote un día en nosotros, nos introducirás, por fuerza, en el corazón mismo de lo que es.
Sin ti, Materia, sin tus ataques, sin tus arranques, viviríamos inertes, estancados, pueriles, ignorantes de nosotros mismo y de Dios. Tú que castigas y que curas, tú que resistes y que cedes, tú que trastruecas y que construyes, tú que encadenas y que liberas, savia de nuestras almas, mano de Dios, carne de Cristo, Materia, yo te bendigo.
Yo te bendigo, Materia, y te saludo, no como te describen, reducida o desfigurada, los pontífices de la ciencia y los predicadores de la virtud, un amasijo, dicen de fuerzas brutales o de bajos apetitos, sino como te me apareces hoy, en tu totalidad y tu verdad.
Te saludo, inagotable capacidad de ser y de transformación en donde germina y crece la sustancia elegida.
Te saludo, potencia universal de acercamiento y de unión mediante la cual se entrelaza la muchedumbre de las mónadas y en la que todas convergen en el camino del Espíritu.
Te saludo, fuente armoniosa de las almas, cristal límpido de donde ha surgido la nueva Jerusalén.
Te saludo, medio divino, cargado de poder creador, océano agitado por el Espíritu, arcilla amasada y animada por el Verbo encarnado.
(....) Tú, Materia, reinas en las serenas alturas en las que los santos se imaginan haberte dejado a un lado; carne tan transparente y tan móvil que ya no te distinguimos de un espíritu.
¡Arrebátanos, oh, Materia, allá arriba, mediante el esfuerzo, la separación y la muerte; arrebátame allí en donde al fin sea posible abrazar castamente al Universo.

 

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