[CIBERMÍSTICA]

EL CHIP Y LA PLEGARIA: LOS
ORÍGENES RELIGIOSOS DE LA TECNOLOGIA
Por Alejandro Agostinelli
La religión de la tecnología. La divinidad del hombre y el espíritu de invención. Por David F. Noble
Editorial Paidós. Colección Transiciones (2000) Cantidad de Páginas: 256.
ISBN: 84-493-0780-5 - Código 70018, 15.5 x 23.3 cm

 

Hay que ser temerario para “denunciar” que la tecnología occidental encontró inspiración en antiquísimos mitos religiosos. Hay tener coraje intelectual para desnudar las tradiciones culturales y los mecanismos psicosociales -no otra cosa pone en marcha a la imaginación humana- que precedieron a los grandes descubrimientos. David Noble es un científico audaz. Por eso escribió una obra incisiva, atrevida y polémica. Pero, sobre todo, exhaustiva, profunda y documentada.

Noble, profesor de la Universidad York de Toronto (Canadá), revisó mil años de la historia de las ideas para llegar a una conclusión que a muchos se les antojará inesperada: la actual fascinación que ejerce sobre nosotros la tecnología está anclada en arcanas esperanzas místicas que tienen su origen en la búsqueda de la “divinidad perdida”. Mitos que -le guste o no a racionalistas, ateos y agnósticos - fueron las musas que inspiraron a ilustres personajes que luego dieron alguna memorable vuelta de página a la Historia.

En su minuciosa búsqueda de discursos históricos que respalden sus afirmaciones, Noble descubre que, desde el siglo XI, las artes manuales comenzaron a identificarse con el concepto de redención. Y aterriza en el siglo XX, cuando el hombre decidió competir con Dios, enarbolando el poder y la gloria que le imagina al Creador. La metáfora que representa mejor a esta idea es “la manzana del conocimiento”. Y los conocimientos que permitirían la clonación de otro hombre -otro hombre a su imagen y semejanza- sería la fantasía más cercana a ese paradigma.

Noble argumenta que la cruz y la probeta no son (o al menos no siempre son) símbolos antagónicos. Si antiguamente la religión era la encargada de explicar el mundo, ahora es la ciencia -mediante discursos y modelos basados en el método científico- la que tiene “la misión” de articular una nueva cosmogonía. Según el historiador, el hombre recupera preguntas ancestrales propias de la religión (“quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos”), para hallar respuestas a viejos interrogantes compartidos por las sociedades occidentales en las que centra su análisis.

Sus hallazgos no le quitan méritos a la ciencia ni pretende con ellos glorificar a la religión. No postula que tecnología y la fe son complementarias. Pero tampoco que son contrarias, o que constituyen escalones diferentes de la evolución humana. Se nota, sí, un esfuerzo por ubicar las incógnitas de la ecuación en sus justos términos. Noble demuestra que hoy como ayer, “el chip y la plegaria” están fusionados, en la medida que detrás de toda iniciativa tecnológica descansa un empeño esencialmente religioso. “Aunque los tecnólogos actuales en su seria búsqueda de utilidad, poder y beneficios, parecen establecer la norma de racionalidad social -escribe-, también ellos se rigen por sueños distantes y por anhelos espirituales”. Las aventuras experimentales de los alquimistas, el descubrimiento de América, la conquista espacial y el auge de Internet se nutrirían de la misma fuerza motriz: la contención y el marco que ofrecen los sentimientos religiosos, que acabarían potenciando un instinto creador que trasciende el tubo de ensayo, la meta aparentemente utópica del desplazamiento más allá de las fronteras, el descubrimiento del “alma” del chip... y sigue la lista.

Hace algunos años, el ex presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, anunció que los científicos estaban aprendiendo “el idioma con el cual Dios creó la vida”. No se refería a la Biblia sino a la divulgación del mapa de 97 por ciento del genoma humano. No lo dice solamente un político: no pocos ingenieros genéticos están íntimamente convencidos de que son parte de una gesta heróica, cual aguerridos monjes seculares que participan en “Nueva Creación” emparentada con la “Obra del Creador”. Ese combustible -según la tesis trabajosamente defendida por Noble- emana del fantástico poder que otorga la imaginación religiosa. La fuerza interior empeñada en explicar lo inexplicado y revelar el misterio; el impulso que lleva a desmontar “el motor de la vida” para descubrir su funcionamiento; o inventar un horizonte y luego alcanzarlo.

El triunfo de la ciencia no sería un indicio de esterilidad religiosa. Todo es parte de lo mismo: la tecnología no va por una vía paralela a la espiritual, porque “sin sustento espiritual no hay progreso”. Para Noble, ese pacto híbrido no es un cheque en blanco. Si bien esa convergencia alguna vez mejoró el bienestar humano, ahora corre el riesgo de convertirse en una amenaza para la supervivencia de la especie. Una sacralización desmesurada e indiscriminada de la tecnología, pontifica, puede conducirnos a un callejón sin salida. Noble -científico al fin- acaba siendo apocalíptico: propone una urgente reflexión colectiva para anticiparse y evitar el derrumbe.

Alejandro Agostinelli © Febrero de 2002. Especial para www.dios.com.ar
Todos los derechos reservados.

 

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