[SEÑALES]

CIRCULOS DE CEREAL:
"YO FUI UN VÓRTICE PLASMÁTICO JUVENIL"

Por Mike J.
En 1990, un anónimo aficionado al estudio de los extraños círculos que aparecen en Inglaterra decidió comprobar por sí mismo si crear el fenómeno con sus propias manos era tan difícil como todo el mundo decía. Así -sin proponérselo-, quedó atrapado en una historia asombrosa. Tanto que nadie, ni él mismo, puede demostrar de parte de quién está la razón. Un caso tan instructivo como revelador.

Una noche sin luna de julio de 1990 me encontré en medio de un pastizal de Wiltshire con una cuerda, un tablón y... bueno, seguro que adivinan el resto. No volví a pensar en lo sucedido hasta julio de 1991 cuando, para mi asombro, descubrí que nuestro círculo había sido fotografiado, investigado, analizado (incluso con varillas de zahorí) y reproducido de libros ilustrados de gran formato y papel couché o en camisetas de diseño.
Un año después, en julio de 1992, me fue completamente imposible demostrar que yo había estado involucrado en la creación del círculo. De hecho, mis limitados intentos por hacerlo han acabado con amenazas de estar siendo vigilado por el MI5 y enfrentado a la acusación de que estaba mintiendo, pretendiendo haber falsificado un círculo que todo el mundo reconocía como genuino.

ASÍ EMPEZÓ LA HISTORIA
Verano de 1990. Círculos y rumores de círculos, Operación Mirlo: equipo de observación por valor de un millón de libras esterlinas dispuesto en la cima de la colina del Caballo Blanco (White Horse Hill). Durante el día, montones de curiosos atraídos por los incesantes y sensacionalistas relatos de la prensa y la televisión, granjeros impidiendo la entrada a sus campos o cobrando por ello, investigadores autoproclamados como "serios" tratando de mantener su dignidad en medio de aquel acertijo... Por la noche, las estrechas carreteras rurales de Wiltshire inundadas de vehículos sospechosos, camionetas sin matrícula y con los faros apagados recorriendo polvorientos caminos de ganado para espiar, perseguirse unas a otras, y vigilar a los vigilantes.
Mi amigo Siegfried (*) paseaba por un sendero entre Avebury y la colina del Caballo Blanco cuando se tropezó con el grupo de la Operación Mirlo investigando un círculo en un pastizal situado al pie de ésta, rodeado por una pequeña multitud de curiosos expectantes. Era la primera marca de esta clase que había visto en su vida, y la inspeccionó con detalle. No le impresionó en lo más mínimo. Al aplastar casualmente algunos tallos de trigo con el borde de su bota se dio cuenta de que podía reproducir el aspecto del círculo mayor con mucha fidelidad. Así se lo indicó a uno de los científicos, al que más tarde reconocería como Pat Delgado.

Pero Delgado le explicó que el efecto era completamente diferente y que, en cualquier caso, resultaba imposible llegar al centro del campo sembrado sin dejar huellas. Siegfried repuso que las filas de trigo se siembran con una separación de casi diez centímetros y que el terreno está lo suficientemente seco como para no recoger ninguna posible pisada. Perdiendo la paciencia, Delgado le dijo que ya habían hecho cálculos llegando a la conclusión de que se necesitaba todo un destacamento de soldados trabajando toda la noche para reproducir un círculo de ese tamaño y que, en tal caso, sus vehículos y faros llamarían la atención al momento.

EL ORIGEN DE LA IDEA
Siegfried me llamó por teléfono. Estaba seguro de que bastaban tres de nosotros para hacer un círculo al menos tan bueno como el que había visto. ¿Estaba dispuesto a ayudarle a comprobar su teoría? Claro, le dije, estábamos en pleno verano, y cualquier excusa para pasar la noche fuera de Londres era bienvenida. Llamé a mis amigos Simon (*) y Alice (*) y nos citamos para una noche de la semana siguiente.
El día anterior al que habíamos acordado para realizar el experimento, me llama Alice. Ya no hacía falta. Todo el asunto había explotado. ¿No había visto las noticias? Era la mañana en que ese burdo montaje fue revelado por televisión a la hora del desayuno, Colin Andrews y Delgado pegando saltos delante de las cámaras, felicitándose por haber capturado un fenómeno genuino, sólo para encontrar un barullo de tallos quebrados y una tabla ouija en el centro. Los medios de comunicación, que habían seguido de lejos toda esa locura de los círculos en los campos de cereales hasta su repentina efervescencia, se erigían en triunfadores. Todo el montaje salía a la luz. Los científicos quedaban en ridículo.
Llamé a Siegfried, quién reaccionó mal ante las noticias, pero yo le sugerí que siguiésemos adelante. ¿A quién le importa la ingenuidad de los "expertos"? Lo que nosotros queríamos comprobar, por nosotros mismos, era si los círculos podían ser de origen humano o no.

MANOS A LA OBRA
A la noche siguiente, tomamos por la [carretera] M4. Siegfried iba armado con un tablón de 1,20 metros, al que le había hecho un agujero en el centro por el que había pasado una gruesa maroma, y un diagrama del círculo que pretendíamos realizar. Le habíamos dado muchas vueltas: algo un poco más sofisticado que un simple anillo, pero no tan complicado como para despertar sospechas por su elaboración. También tenía un significado, un valor simbólico muy particular que nos preguntábamos si alguien sería capaz de reconocer. (En toda la interminable disección, análisis y re-análisis del círculo que tendría lugar en los meses siguientes, nadie se preguntó nunca lo que ese símbolo podría significar, y menos aún, llegó a descifrarlo).
Sabíamos que el valle del Caballo Blanco estaba bajo una intensa vigilancia paranormal, así que decidimos pasar al otro lado de las colinas, a través de Devizes, para buscar un lugar menos vigilado. Viajábamos al azar, buscando un campo apropiado. Finalmente lo encontramos, en la falda de una colina por encima de una carretera vecinal y con un sendero polvoriento que nos permitía acceder al mismo, mientras unos altos setos ayudaban a ocultar nuestro automóvil durante nuestros esfuerzos. Nos retiramos al bar más cercano y esperamos a que cayese la noche.
Dieron casi las once antes de que la claridad tras la puesta del sol veraniego diese paso a la oscuridad y pudimos estacionar (aparcar) nuestro coche a un lado del sendero para adentrarnos en el campo sembrado. Alice esperaba en el coche, para vigilar el posible tráfico. Siegfried, Simon y yo caminamos siguiendo con facilidad las marcas dejadas por el tractor de siembra y apartando con cuidado las plantas de trigo que nos llegaban a la cadera. Lógicamente, quebramos algunos tallos, pero en la oscuridad resultaba imposible decir cuántos. Siegfried puso el tablón en el suelo y aplanó un círculo haciéndolo girar sobre sí mismo. Yo me coloqué en la zona aplastada para mantener tensa la cuerda, mientras Simon y él se llevaban el tablón hasta el extremo de la misma y empezaban a tirar y empujar para ir formando círculos concéntricos. Todo ello nos llevó unos veinte minutos.
Estábamos a punto de terminar cuando el ruido de un motor cortó el silencio de la noche, mientras lo oíamos subir a trompicones por el sendero situado en los bordes del campo. Nos tumbamos sobre el trigo aplastado justo cuando el haz de los faros pasaba sobre nuestras cabezas. El sonido del motor pasó de largo, a unos diez metros de distancia. Era una motocicleta. Estábamos seguros de que nos había visto, pero luego Alice nos explicaría que el conductor se centró en nuestro coche, mientras ella se ocultaba tras el asiento trasero. A los pocos minutos, la motocicleta se alejó y pudimos terminar el trabajo. Pongamos que serían unos treinta o cuarenta minutos en total. Para que luego calculen toda una noche de trabajo para un destacamento al completo...
Cuando volvimos a la carretera principal, echamos una mirada al lugar y descubrimos que el campo presentaba una casi imperceptible ondulación que hacía que nuestro círculo, tuviese el aspecto que tuviese a la luz del día, resultase invisible desde la carretera, en contra de lo planeado. No nos importó. Nunca pretendimos engañar a nadie: debía haber docenas de tallos pisoteados y las inconfundibles marcas de los tacones de mis botas en el centro del círculo. El punto principal había sido establecer a nuestra propia satisfacción que un círculo realizado por manos humanas era una tarea relativamente sencilla y, como nadie necesita muchas excusas para pasar una agradable noche de verano en el campo, matamos dos pájaros de un tiro, disfrutando de una interesante velada. Y eso fue lo último que cualquiera de nosotros pensó sobre el asunto, al menos durante un año.

NUESTRA SEÑAL EN... ¡UNA CAMISETA!
Al verano siguiente, por casualidad, Siegfried y yo estábamos trabajando en una película en Namibia, compartiendo una frágil choza en cierta residencia casi en ruinas de la Costa de los Esqueletos, y conduciendo diariamente hacia el interior desértico. Un día, llegó un paquete enviado por mi hermana Ana (*), con algunos recortes de prensa y revistas para mantener nuestro contacto con el mundo real... y una camiseta con el logotipo de un círculo en la hierba en el pecho. Era nuestro círculo en el cereal.
Nunca le había contado a Ana cómo era el círculo que habíamos hecho, y la coincidencia parecía muy improbable; mi primera reacción es que debía tratarse de algún otro círculo famoso con un diseño similar. Pero Siegfried insistía en que era el nuestro, hasta el último detalle. Puesto que él no tenía previsto volver a Inglaterra, le regalé la camiseta, y ambos nos olvidamos de este detalle de sincronicidad atrapados por el trabajo agotador que supone filmar un documental.
Al volver a Inglaterra, me encontré en las librerías toda una colección de libros sobre los círculos de cereal, demostración evidente de que el hecho de que el fenómeno hubiese sido "explicado" no había disminuido en lo más mínimo el interés del público por el tema, y sólo había conseguido aumentar el celo de la legión de "creyentes". Entre todos ellos uno, "Crop Circles: The Latest Evidence", de Colin Andrews y Pat Delgado, mostraba nuestro círculo a todo color en la portada.
Mi reacción inicial fue pensar que me había equivocado. Seguro que se trataba de otro círculo. Habíamos hecho el nuestro hace mucho tiempo y ni siquiera pudimos verlo terminado. Además, no era visible desde la carretera, y cualquiera que lo analizase de cerca se daría cuenta que se trataba de un intento de aficionados probando por vez primera. ¿O no?
Pero, efectivamente, se trataba de nuestro círculo. Había sido descubierto durante la Operación Mirlo. A una milla y media de Devizes. Se llegaba a él por un sendero polvoriento que salía desde una carretera comarcal. Los tallos habían quedado aplastados hacia el exterior.
Idéntico en todos sus detalles: aparte de todo lo demás, en el centro del círculo más pequeño era perfectamente visible el trozo de suelo al descubierto por nuestras pisadas. Y ahora, incluso tenía un nombre oficial: la formación Etchilhampton.
La incredulidad se transformó en regocijo conforme avanzaba por el relato sobre el descubrimiento y su validación. Aparentemente, había sido descubierto desde un helicóptero del ejército, y luego fotografiado por un equipo de vigilancia de la BBC. Había sido analizado en profundidad y mostraba "cierta variación electróstatica en una de las zonas de hierba aplastada" (1). Uno de los científicos, mientras se inclinaba para tomar una muestra en el anillo central, había escuchado un ruido fuerte y repentino. "Más tarde nos explicaría que su experiencia técnica le había permitido estimar la desaforada potencia energética necesaria para tal efecto. 'Simplemente, lo sabes', aseguró" (2).
Pues bien, yo me uní a las legiones de cerealológos adquiriendo un ejemplar del libro. Se lo comenté a unos pocos amigos y nos reímos un rato, pero la vida sigue y pronto me olvidé del asunto.

DIFERENCIAS ENTRE EXPERIMENTO Y ENGAÑO
Pocos meses más tarde, se lo mencioné a un amigo cuyo padre resultaba ser un granjero retirado convertido en cerealológo apasionado. Me pidió que le permitiese contárselo. Le contesté que sí, que porqué no, pero pidiéndole que lo mantuviese confidencial. Una semana después volvió, asegurándome que su padre se moría de ganas por conocerme y discutir el asunto. Una vez más insistí en que todo era confidencial, y él me dio su palabra.
El Sr. Egar (*) pasó por mi casa, donde me explicó su participación en toda una serie de pruebas sobre la radiactividad del suelo y otros muchos intentos por obtener pruebas empíricas del fenómeno de los círculos. No podía entender porqué los "embaucadores" querían "enturbiar las aguas" tomándose tanto esfuerzo por complicar las vidas de todo el mundo. Le expliqué que yo no era un "embaucador". Los "embaucadores" hacen cosas con la intención específica de engañar a otras personas. Nuestro interés había sido probarnos a nosotros mismos que, contrariamente a la opinión de los "expertos", la construcción de un círculo por parte de seres humanos resultaba bastante sencilla. Calificar de "fraudes" los círculos realizados por personas como nosotros era suponer que los objetivos de todo el mundo giran en torno a los de los propios científicos. Escarmentado por mi discurso, el Sr. Egar tuvo la gentileza de adoptar mi terminología.
No obstante, se mostraba muy insistente en hacer pública mi información. Yo no veía ninguna razón. Después de todo, tanto él como yo disponíamos ciertamente de algo muy valioso en un campo donde todos los demás se dedicaban a adivinar. ¿Por qué no sentarnos sobre nuestra información privilegiada (que probablemente era mucho más valiosa para él que para mí) y emplearla como vara de medida para juzgar las diferentes teorías y los avances alcanzados? Acabó marchándose, aceptando con mucha reticencia mantener mis revelaciones en secreto.

UNA HISTORIA... SIN CONTROL
Durante las semanas siguientes, empecé a recibir toda una serie de cartas solicitando mi autorización para revelar la historia. Mi respuesta fue insistir en mis reparos iniciales; además, Siegfried estaba en paradero desconocido, en algún lugar de Mozambique, y no quería destapar todo el asunto sin consultarle antes. Finalmente, ¿cómo iba a probar mi historia? ¿Y qué garantía existía de que algunos de esos cerealológos tan comprometidos tuviese el menor interés en creerme?
También recibí algunas llamadas telefónicas misteriosas, en especial una de un caballero con acento de Europa del Este que se identificó como Dr. Victorian. Aseguraba ser un "luchador por la libertad de información" que estaba investigando ciertos rumores sobre una reunión secreta entre los Ministerios de Defensa, Agricultura, y Medio Ambiente para debatir la participación de los militares en una campaña de desinformación sobre los círculos. Al notar que no revelaba nada al respecto, el Dr. Victorian aseguró que su teléfono estaba intervenido y colgó. Durante los días siguientes no pude dejar de fijarme en algunos extraños chasquidos durante mis conversaciones telefónicas.
Finalmente, recibí una carta del Sr. Egar explicándome que, aún manteniendo según lo acordado mi anonimato, no había podido menos que contar mi historia, sin citar fuentes, a todas las mentes preclaras del movimiento cerealológico. El resultado había sido desastroso. Según sus palabras:

"... todos los que han examinado el pictograma de Etchilhampton han insistido de forma unánime que es genuino. Todos han señalado lo preciso y poco ondulado que aparece, en contraste con tus afirmaciones. (Experto nº 1)...difícilmente podía aceptar mi historia (sin mencionar identidades, no hace falta decirlo), mientras que (experto nº 2) rechazó de plano tal sugerencia insistiendo en que estaba convencido de que era genuino. (Experto nº 3) fue otro imposible de convencer de que pudiera haber sido realizado por manos humanas. En otras palabras, tanto él como los demás están persuadidos de que yo he sido el engañado".

El Sr. Egar es una persona honesta y sincera, pero, evidentemente, yo soy incapaz de restaurar su credibilidad entre la comunidad cerealológica. Nuestro humilde círculo había sido recolectado y vuelto a cultivar más de cuatro veces desde que nosotros lo terminamos. Ni siquiera se me ocurrió documentar de alguna forma nuestra autoría. No tenía nada que defender en todo este debate, ningún interés en desmitificar nada, ni el menor deseo por tomar partido.
Transcurridos otros cuatro años, el sentimiento más duradero ha sido el asombro de que un experimento tan casual y poco elaborado pueda haber generado una controversia tan prolongada (controversia que, por otro lado, se encuentra ya tan lejos de mi control que mi propia historia resulta casi irrelevante). Quizá realmente hubo algo inexplicable en marcha aquel verano de 1990 en los campos de Wiltshire: un fenómeno genuino que consiguió transformar un grano de misterio en una montaña de complejidad.


(*) Los nombres se han cambiado para proteger a los responsables.
(1) "Crop Circles: The Latest Evidence": Andrews/Delgado
(2) Ibidem.

Primera publicación: http://www.circlemakers.org/vortex.html
Traducción: Luis R. González Manso. Junio 2002.

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