[EN PRIMERA]

VIAJE IDA Y VUELTA A LA
ENCARNACIÓN EQUIVOCADA
Por Natalia Otazúa
El autor de Los buscadores de vidas pasadas ¿saben dónde van? buscaba un cobayo que aceptara ir a su vida anterior porque él no se tenía fe. Al final no apareció el cobayo, pero sí una hermosa voluntaria. Natalia -joven periodista del diario La Prensa-, aceptó el desafío: viajar con la ayuda de un gurú. En esta crónica cuenta las peripecias de su atropellado viaje místico.

Todo empezó como una diversión para saciar mi curiosidad. No imaginé que se transformaría en una experiencia increíble. La primera impresión que me llevé del maestro -o como se llame-, fue mala: lo creí un chanta. El diálogo inicial no me convenció. Pero tampoco me hizo desistir...

El maestro me hizo recostar en un sillón, apagó la luz y comenzó a hablar para tranquilizarme. Una parte de mí seguía todo lo que decía. Pero otra se resistía a entrar en ese trance. La lucha entre esas dos fuerzas no duró demasiado. Después, sin darme cuenta, se desvaneció.

Cuando entré en situación, sentí una paz absoluta. El cuerpo me pesaba y todo lo que él me decía se cumplía. Mis ojos comenzaron a sentir el mismo peso de mi cuerpo hasta que se me pegaron los párpados, a pedido del maestro.

Minutos después pidió que me imagine en una habitación, con paredes blancas y un ventanal luminoso. Lo ví todo. Los olores pasaron por mi olfato. Yo realmente recorría ese lugar.

Después pasé a otro espacio diferente. Esta vez, en cambio, no lo fijó él. Yo misma describí el lugar. Era una habitación blanca, empapelada, cuya textura era un fondo de flores color rosa oscuro. Había una cama de bronce, un escritorio y un placard con un espejo interior en una de sus puertas.

"¿Cómo te llamás?", preguntó el maestro. "Laura", respondí.

Me describí con un vestido azul y celeste. Cuando pidió que me mire al espejo, sentí que era yo misma. Pero el espejo no reflejaba mi imagen. Era una chica de 14 años, con bucles color castaño claro. La descripción no coincidía para nada con mi apariencia actual. Pero, al parecer, el espíritu de esa chica era el mío.

Entonces me preguntó con quién estaba. Le respondí que estaba sola y que me sentía muy aburrida porque mis padres no estaban. "Laura -dijo el gurú- ¿cuál es tu apellido?". Me quedé callada tratando de acordarme. Pero yo no registraba un apellido. "No importa", siguió.

Me pidió que me remontara a mis 20 años. Fue fácil. "¿Dónde estás?", preguntó. Ahí estaba yo, entrando a un edificio con ladrillos a la vista y varios pisos de altura. En un cartel rectangular se leía: "Universidad de California". Le conté que cursaba abogacía. Pero que no me gustaba estudiar porque mis padres me obligaban. "¿En qué año estás?", me preguntó. "En 1952", respondí.

Luego me llevó hacia el final de mi vida. Yo estaba postrada en una cama. Me sentía muy débil y demacrada. Al lado mío estaba Gabriel, mi marido. Hablé de mi hijo, que se llamaba Tomás. Yo había muerto a los 69 años.

BUENA MUERTE
Al morir me sentí muy bien. Liviana y, sobre todo, muy feliz. Durante el trance, la etapa donde reviví mi supuesta muerte fue la mejor. Todo era lindo y ameno. Mi aspecto físico era vaporoso, como un humito gris claro con vetas blancas. Mi cara era la que tengo ahora y sonreía.

Los espíritus que estaban conmigo eran tan felices como yo. Estuvimos un rato haciendo cola en una especie de banco que se llamaba internivel. Todos subimos a una pileta y -sin que nadie me dijera nada- descendí hasta encontrarme en el cuerpo de una bebita recién nacida.

El maestro comenzó a hablar y de a poco me hizo retroceder a mi vida actual. Cuando volví por completo, sentí el cuerpo pesado. Seguí sus dedos con la vista hasta que mis ojos se cerraron nuevamente. Me habló unos segundos más, hasta que me sentí mucho más relajada. Había regresado al presente.

¿Qué pienso yo sobre lo que sucedió? En mi humilde opinión, esta experiencia surgió de mi imaginación. La historia resultante fue una serie de ideas que guardo en mi memoria, y se fueron armando con la ayuda del maestro.

Por otra parte, en la vida pasada a la que me hizo regresar, yo debería morir en el 2001 [N. del E.: la sesión tuvo lugar en 1995]. ¿Eso quiere decir que mi yo anterior todavía está vivo? No tiene el menor sentido. Porque, si fuera así, ¿dónde está mi otro yo?

Primera publicación: Sección "En Trance", diario La Prensa, Buenos Aires, 19 de junio de 1995. © Natalia Otazúa. Todos los derechos reservados.

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