[CRONICA]

EL MINISTERIO DE LOS BRUJOS ARREPENTIDOS
Por Daniel Riera

No tenga miedo. Hablaremos de personas postradas por maleficios umbanda, de perros endemoniados, de mujeres violadas por espíritus inmundos, pero no tenga miedo. Hablaremos de brujerías, de pactos sellados con sangre de cabritos, de trabajos de cementerio, pero no tenga miedo. Esta nota y sus fotografías han sido bendecidas en el nombre de Jesús. Lea tranquilo. Por usted están orando los brujos arrepentidos. Ellos dicen que estas palabras han sido escritas por voluntad del Todopoderoso, así que encomiéndese a Dios y lea. Nada malo le va a ocurrir.


Gustavo Pardo, Felipe Matto, Juan Carlos Carino y Jorge Arce tienen en común dos cosas: su pasado de brujos y su presente cristiano. Son miembros de la iglesia evangélica argentina Presencia de Dios e integran el ministerio Brujos Arrepentidos, especializado en advertir sobre los peligros que acechan tras esta clase de prácticas y en atender a los ocultistas de toda laya que se acerquen al templo.
Carino tenía un templo umbanda en su casa y se hacía llamar Pai Juan; ahora, en el mismo lugar, organiza reuniones de oración. Pardo tenía un templo umbanda en su casa; ahora tiene un anexo de Presencia de Dios. Arce honraba al Señor de la Buena Muerte vestido de negro; ahora de cuando en cuando viaja a diferentes lugares del mundo para predicar el Evangelio. Matto hizo trabajos con fotos para que sus enemigos estuvieran a sus pies; ahora es pastor y por su boca aquellos enemigos escucharon el mensaje. Pardo, Matto, Carino y Arce son cuatro conversos, cuatro cruzados que pelean en la madre de todas las batallas: la guerra espiritual entre el Bien y el Mal, entre el Señor y el Príncipe de las Tinieblas.

Gustavo Pardo ceba un mate que preparó Roxana, su esposa, también ella una bruja arrepentida. Estamos en el anexo de Presencia de Dios, en el pequeño templo que él levantó con sus propias manos; en su propia casa. Gustavo tiene 34 años y dos hijos pequeños y hermosos que –ya lo veremos– no ganan para sustos.
Cuando era niño, Pardo conoció al diablo: era su padre. Papá diablo lo golpeaba, papá diablo lo violó cuando tenía seis años. A los 11, Gustavo estaba en la calle consumiendo drogas. Un tío lo rescató y lo llevó al templo umbandista en el que oficiaba de pai de santo. Gustavo empezó entonces a ir a los cultos, a participar desde afuera, hasta que sintió la necesidad de comprometerse un poco más.

-Empecé a incorporar espíritus. Los médiums giraban en el sentido de las agujas del reloj, hasta que una fuerza extraña se apoderaba de mi cuerpor. Me hicieron un bautismo y más adelante realicé otro con sangre de palomas vertida sobre mi cabeza. Al principio prendía velas, hacía ofrendas, comidas para los santos. Después conocí la kimbanda. Durante un ritual con luz apagada, me tomó un espíritu de maldad que me arrastró como gusano. Hablaba en portugués y se hacía llamar Tranca Rúa Das Almas. Ese espíritu me pidió gallos y gallinas en ofrenda. Luego llegó un momento en el que ya no me pedía nada: se apoderaba de mi cuerpo, le cortaba la cabeza a un gallo y se tomaba la sangre. Más adelante, el espíritu empezó a preferir la sangre de cabritos.

El púlpito de la iglesia parece el habitat natural del pastor Felipe Matto. Allí arriba, este hombre de 40 años luce firme, seguro de sí mismo y de su fe. Cuesta imaginárselo bebiendo hectolitros de alcohol, preso de una delgadez extrema, oprimido por espíritus. Y sin embargo, así estuvo.
Zaira Matto nació con una tos incesante y con serios problemas respiratorios. Felipe consultó a toda clase de médicos, y nada. Le recetaban vacunas para la alergia, jarabes para los bronquios que Felipe conseguía en la farmacia donde trabajaba, y nada. Una mujer del barrio le dijo a Felipe que probablemente la niña necesitara una liberación, así que la llevó a un templo umbandista. El pai tiró unos caracoles sobre la mesa y emitió su diagnóstico: la enfermedad era espiritual. Zaira estaba maldita por el daño de algún enemigo oscuro y anónimo y había que liberarla. Desesperado, Felipe hizo una promesa. Si su hija se sanaba, le entregaría su vida al umbanda.

-Nos colocaron a Zaira y a mí en el medio de una ronda. Cantaban, bailaban, hasta que el pai incorporó una entidad, se puso a hablar en portugués, encendió un toscano. Le hicieron a la nena un baño de leche. Al otro día, se le había ido la tos. Cumplí con mi promesa y me metí en el umbandismo. No sabía lo que me esperaba.

Jorge Arce soñaba con ser el vidente más famoso de la Argentina: a ese fin le dedicó 22 de sus 48 años. Un curandero lo llevó a un terreno baldío y le ordenó que se arrodillara hasta que algo sucediera. Arrodillado, a la intemperie, Jorge sintió un fuerte sacudón, algo o alguien que se introducía en su cuerpo. Entró en la casa de su guía espiritual y le relató lo ocurrido. El curandero sonrió satisfecho.

-El espíritu -ahora comprendo que era un espíritu de muerte- se me pegó, era como si me hablara. Aprendí a tirar las cartas sin que nadie me lo hubiera enseñado. Poco después, el curandero me dejó atender a una señora gorda y pude ver su nombre, su pasado y su futuro. Tenía poderes. Creí que era más poderoso que Dios.

Juan Carlos Carino tiene 54 años y se gana la vida como fabricante de toldos. Los domingos toca los bongoes en la banda de la iglesia. La banda hace cantar a toda la congregación el festivo tema “Eu Vi Chegar” de Los Pericos, con una letra que dice:

No hay tristeza que aguante.
Demonio: ¡tienes que salir!

En 1988, en busca de ayuda espiritual, Carino asistió a un templo umbanda. Entonces quedó deslumbrado con una gran imagen de Jesús, a quien los fieles llamaban Oxalá. Vio a una mae de santo que incorporaba un espíritu. El espíritu que hablaba por boca de ella lo invitó a sentarse a su lado. Cuando terminó el culto, uno de los umbandistas le dijo que el espíritu le había descubierto una “fuerza” inusitada, que debía unirse al grupo.

-Me bauticé y me fueron pasando las guías imperiales: los Oxalás, los Pretos, las Xuremas. Comencé a trabajar en destrucción de familias, ataduras sexuales, enfermedades. Hice daños con ropa, con fotos, con velas ahuecadas y hasta con semen. Cobraba muy buena plata y estaba todo el tiempo en trance.

No tenga miedo. Juan Carlos Carino oró por Nora Lezano, para que el Espíritu Santo toque sus manos, toque sus ojos, para que sus fotografías hablen de la gloria de Dios. No tenga miedo. Carino oró por mí para que las palabras que escriba reflejen la verdad y la realidad. No tenga miedo. En la ciudad de Buenos Aires, una iglesia cristiana está orando para que esta nota sea de bendición.
Siga leyendo. El demonio no puede hacerle daño. Mire a la familia de Gustavo Pardo. Esa preciosa niña de cuatro años y ese dulce bebé de siete meses, así como los ve, han sufrido horribles ataques demoníacos, pero ahí están, sanos y salvos. Ya veremos, insisto, que no ganan para sustos. El Todopoderoso desea que usted conozca la historia completa de Gustavo Pardo y del resto de los Brujos Arrepentidos.

-Con el tiempo me fui a la provincia de Misiones. Viví en la costa del río, pescando para comer y hasta comí fruta podrida, pero mis demonios siempre tuvieron sus ofrendas. Como allá también las cosas estaban mal, regresé a Buenos Aires a hacer matanzas para ver si podía “levantar” un poco. Estuve siete días bañado en sangre, invocando a demonios como Belcebú, Lucifer. En ese tiempo conocí a quien hoy es mi esposa, que también estaba en umbanda. Me hice pai de umbanda y de kimbanda. Comencé a hacer trabajos muy fuertes. Dejé a una persona en cama con desequilibrios en el corazón y en el estómago. Empecé a ganar dinero fácil. Puse mi propio templo y llegué a tener 18 hijos de religión. Enfrente del templo había una iglesia evangélica, y yo descubrí que no podía mirar a los ojos a ningún hijo de Dios, porque los ojos me ardían. Invoqué a toda clase de demonios, trabé a la iglesia para que no le llegara la gente. Y tuve éxito, porque la iglesia que no está en oración, que no hace la guerra espiritual como debe ser, queda atada. Y yo tuve hasta catorce demonios. Podía caminar por las brasas, prenderme cosas en las manos, el fuego no me hacía nada. Cuando estaba en trance, podía tomar alcohol sin parar durante varias horas y terminaba fresquito. Tuve incluso un demonio de mujer: me hacía vestirme con ropas femeninas, comer rosas, tomar perfume…
En un momento entré en crisis. Había nacido mi nena, yo había metido a mis suegros en la umbanda, había gastado fortunas en ofrendas y “despachos” y no me sentía correspondido. El dinero que había ganado se empezaba a ir, y Dios me fue dando lucidez. Una mañana, mi suegro me dio una Biblia. Sin saber muy bien por qué, me dijo: Tomá, esto te va ayudar. La abrí de “casualidad” en el Salmo 115 y supe que Dios me hablaba.

Nuestro Dios está en los cielos;
Todo lo que quiso ha hecho.
Los ídolos de ellos son plata y oro,
Obra de manos de hombres.
Tienen boca, más no hablan;
Tienen ojos, más no ven;
Orejas tienen, más no oyen;
Tienen narices, más no huelen;
Manos tienen, más no palpan;
Tienen pies, más no andan;
No hablan con su garganta.
Semejantes a ellos son los que los hacen,
Y cualquiera que confía en ellos.

(Salmo 115, versículos 3 al 8)

-Toda mi casa estaba llena de imágenes de santos, así que comprendí el llamado de Dios. Crucé a la vereda de enfrente y me hicieron una oración. Confesé por mi boca que Jesucristo era el Señor. Entonces empezó la peor de las luchas.

El pastor Matto agita una Biblia y dice: “Gloria a Dios”, cuando se entera de que Gatopardo se distribuye en toda Latinoamérica. Después del baño de leche que le curó la tos a su hija, Matto se bautizó en el umbandismo y pasó a ser el cambón (secretario) del pai. A los tres meses, le propusieron efectuar un segundo bautismo, pero había que beber sangre y Felipe tuvo miedo. El farmaceútico disfrutaba de los trabajos para ayudar a la gente, los abrecaminos, las uniones de parejas, pero no le cerraban del todo los que se hacían con esqueletos de muertos, las fotos enterradas en los cementerios, y lo impresionaban mucho los sacrificios de animales.

-Para ese momento, mi esposa y yo dormíamos en habitaciones separadas. Ella se había asustado de lo que veía y me dijo: O la umbanda o yo. Y yo elegí la umbanda. Empecé a beber más alcohol, en especial durante las incorporaciones. Adelgacé mucho: mido 1, 88 y pesaba 69 kilos. A mi hija le volvió la tos, pero yo no me di cuenta, tan metido como estaba en mis ritos. Pacté mi casa, entregué cada una de sus habitaciones a los espíritus, porque yo quería que cuando estuviera listo, funcionara allí un templo umbanda. El pai me presionaba para que comenzara a asistirlo en rituales de daños, pero yo no lograba animarme, tenía una barrera moral. Cuando yo me negaba, me decían que no me hiciera problema, que las entidades iban a terminar por convencerme, y yo esperaba que eso sucediera. Había visto un bautismo muy importante, de un hombre que estuvo cinco días tirado en el piso de un baño a oscuras, sin bañarse, sin comer, y yo quería tener la autoridad espiritual de ese hombre. Hasta que un sábado se hizo un rito a oscuras, un trabajo de kimbanda en el que bajaron entidades que viven en los cementerios. Todos estábamos vestidos de negro y de rojo, excepto los que estaban aprendiendo, que estaban de blanco. En un momento dado, bajaron las entidades. La saliva salía por la boca de la gente, parecían epilépticos. Yo incorporé espíritus, pero no a los exúes que incorporaban ellos. Ahora se que los supuestamente“buenos” y los “malos”, eran todos demonios. Hubo gente a la que le crujieron los dientes y yo me asusté mucho porque recordé un pasaje de la Biblia que había leído muchísimos años atrás, que decía que en el infierno iba a haber crujir de dientes.

Pero si aquel siervo malo dijere en su corazón:

Mi señor tarda en venir;
Y comenzare a golpear a sus consiervos,
Y aun a comer y a beber con los borrachos,
Vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera,
Y a la hora que no sabe,
Y lo castigará duramente,
Y pondrá su parte con los hipócritas;
Allí será el lloro y el crujir de dientes.

(Evangelio según San Mateo, Capítulo 24, versículos 48 al 51)

En la semana conocí a una persona que me invitó a una iglesia evangélica. Y fui, un poco para ser amable, otro poco porque mi hija seguía enferma. Preguntaron si quería conocer a Cristo: yo acepté, me levanté, me hicieron una oración de fe. Pero recién la cuarta vez que fui a la iglesia fui liberado de los demonios.

El sueño de Jorge Arce de ser “el vidente más famoso de la Argentina” marchaba extraordinariamente bien. Llegó a atender unas 100 personas por día, de lunes a sábados. No cobraba arancel, se ganaba la vida con el dinero que le dejaban a modo de agradecimiento. Merced a sus conjuros, Jorge fundió comercios, separó matrimonios, “limpió” casas de malas influencias -uno de los “trabajos” mejor remunerados-, “limpió” campos de las plagas de langosta, curó algunos empachos (no todos: la madre de un empachado que no se curó lo denunció por ejercicio ilegal de la medicina y tuvo que desaparecer por unos meses) y hasta atrajo mujeres para sí.

-Los curanderos les gustábamos mucho a las mujeres. Si no las conquistábamos, hacíamos cosas para conquistarlas. Y funcionaban, no te puedo mentir. Y yo estuve siempre con las pilas bien puestas, listo para la joda. “Trabajaba” con un santo al que le decían “El señor de la buena muerte”. Si los trabajos salían bien, andaba cuatro o cinco días vestido de negro para agradecerle. Un día descubrí que el diablo, lo que te da, te lo quita; para invertir el dinero que ganaba, puse una carnicería y una verdulería en sociedad con mi hermana, y mi hermana me estafó. Perdí mucha plata con eso. En esos días me vino a buscar una mujer, le pregunté qué andaba buscando y vi como un reflejo de luz en sus ojos. Esa mujer me habló de Dios.

Juan Carlos Carino, el bongocero de Cristo, fue alguna vez el Pai Juan. Se sentaba en un taleco (tronco), recibía consultas y hacía magia blanca y magia negra. Algunas veces, dice, los resultados obtenidos no eran exactamente los que había previsto. La madre de un adicto a las drogas acudió a él en busca de ayuda. El chico dejó las drogas, pero se pasó un año durmiendo casi todo el día. Ahora está peor que antes. El Pai Juan no era el más indicado para tratar adictos: las semanas en que lo desbordaban las invocaciones y los “despachos”, llegaba a tomarse 20 gramos de cocaína él solo. Tales estados eran francamente propicios para la libre actividad de los demonios.

-En la misma habitación donde atendía, vi una enorme masa luminosa, un ser que me extendía sus manos. Era Jesús. Me quedé duro, shockeado. Poco tiempo después, en el departamento de arriba escuché gritos. Había una mujer brasileña totalmente loca, “manifestada”. Primero hablaba como un hombre, luego como un nene: las voces de los espíritus inmundos hablaban por ella. Los vecinos me llamaron para ver si podía hacer algo. También llamaron a una señora evangelista, que se llamaba Rosa y vino con Bernardo Stamateas, el pastor de la que hoy es mi iglesia. Me pidieron que me apartara, se ocuparon de la mujer y Bernardo me dijo: A vos, el fin de semana, te quiero en la iglesia. Me lo dijo con autoridad espiritual y yo lo sentí. A las 48 horas me había convertido al Evangelio.

Apenas Gustavo Pardo confesó por su boca que Jesucristo es el Señor, el diablo reaccionó con toda su furia. Pardo quemó sus imágenes de santos y los demonios se dedicaron a atormentarlo. Le pegaban verdaderas palizas, movían los objetos de su casa, encendían y apagaban la luz a su antojo. Gustavo aún no era libre. Estuvo seis meses endemoniado dentro de la iglesia, porque allí tenían poca experiencia en guerra espiritual. Fue a Presencia de Dios: le hicieron renunciar a todos sus pactos de muerte y los demonios tardaron dos días en salir. Pardo pedía perdón y lloraba, pedía perdón y vomitaba y todas las inmundicias salían, y también las palabras horribles y los demonios que lanzaban golpes, hablaban en portugués y se reían, hasta que abandonaban su cuerpo exhausto, más ya no endemoniado. Y si dije que los hermosos hijos de Gustavo no ganaban para sustos, fue porque dos veces diferentes el demonio se enseñoreó de sendos perros doberman y esos animales malditos atacaron a la pequeña Belén, pero no consiguieron matarla y porque antes de nacer, el corazón del pequeño David estuvo detenido un minuto en el vientre de su madre y los médicos dijeron que era la vida de su madre o la vida del bebé. Y el bebé nació, y está vivo, y Roxana de Pardo también está viva. Y Satanás volvió a intentarlo con Gustavo Pardo y lo dejó postrado, paralítico, pero Pardo oró y el espíritu de enfermedad huyó. Así que no tenga miedo, porque la cuarta vez que fue a la iglesia, Felipe Matto sintió convulsiones, dolores en el estómago, desvaríos mentales, y estuvo cuatro horas en una cama. Había incorporado demonios de todo tipo, lo sujetaron entre diez porque le pegaba a todo el mundo, rompía sillas, tenía taquicardia y aullaba como un perro. El espíritu de un esclavo llamado Simón fue el último en rendirse al poder de Dios, y Felipe Matto vomitó sustancias desagradables, orinó cinco litros de líquido y fue libre. Y la hija de Felipe fue sanada de sus enfermedades y cada una de las habitaciones de su casa fue liberada de los demonios que la oprimían y Felipe hoy es un ministro de Dios que asumió el compromiso de desenmascarar al diablo. Su viejo pai le hizo trabajos para secar su fe, con tierra de cementerio, trozos de sapos y de ranas, y luego un trabajo de muerte con una foto con la cabeza cortada, pero Felipe no cejó. En su época brujesca había puesto en sus zapatos una foto de su jefe bañada en miel, y había invocado a santos de oscuridad para que castigaran a sus compañeros de trabajo, pero luego les pidió perdón y la encargada de la farmacia y el odiado gerente conocieron a Cristo.

No tenga miedo. Jorge Arce ya no sueña con ser “el vidente más famoso de la Argentina”. Dos veces le expulsaron demonios pero el último demonio se le fue recién luego de cuarenta días de ayuno a base de agua y mate. El Señor lo llevó a predicar a Paraguay, a Puerto Rico, a los Estados Unidos. Antes no sabía hacer nada. Desde que conoció a Dios estudió plomería, gas, soldadura eléctrica y autógena. Gustavo Pardo liberó en el nombre de Jesús a una mujer que había sido violada por demonios y echaba espuma por la boca. Felipe Matto evangelizó a una mae principal. Jorge Arce encontró a la mujer de su vida y se casó. Juan Carlos Carino es feliz tocando los bongoes para Jesús. Recién liberado de todos sus demonios, hace cuatro años testificó en el programa de Susana Giménez. Durante la semana siguiente, 480 personas nuevas se acercaron a la iglesia.

Primera Publicación: Revista Gatopardo N° 5. 2000 © Daniel Riera.

 

 

:

 


www.dios.com.ar - Todos los derechos reservados. ©2002 - 2003 Alejandro Agostinelli

 

NOTAS RELACIONADAS