Gustavo Pardo, Felipe
Matto, Juan Carlos Carino
y Jorge Arce tienen en común
dos cosas: su pasado de brujos y su presente cristiano. Son miembros
de la iglesia evangélica argentina Presencia
de Dios e integran el ministerio Brujos Arrepentidos,
especializado en advertir sobre los peligros que acechan tras
esta clase de prácticas y en atender a los ocultistas de
toda laya que se acerquen al templo.
Carino tenía un templo umbanda en su casa y se hacía
llamar Pai Juan; ahora, en el mismo lugar, organiza reuniones
de oración. Pardo tenía un templo umbanda en su
casa; ahora tiene un anexo de Presencia de Dios. Arce honraba
al Señor de la Buena Muerte vestido de negro; ahora de
cuando en cuando viaja a diferentes lugares del mundo para predicar
el Evangelio. Matto hizo trabajos con fotos para que sus enemigos
estuvieran a sus pies; ahora es pastor y por su boca aquellos
enemigos escucharon el mensaje. Pardo, Matto, Carino y Arce son
cuatro conversos, cuatro cruzados que pelean en la madre
de todas las batallas: la guerra espiritual entre el Bien y el
Mal, entre el Señor y el Príncipe de las Tinieblas.
Gustavo Pardo ceba un mate que preparó Roxana, su esposa,
también ella una bruja arrepentida. Estamos en el anexo
de Presencia de Dios, en el pequeño templo que él
levantó con sus propias manos; en su propia casa. Gustavo
tiene 34 años y dos hijos pequeños y hermosos que
–ya lo veremos– no ganan para sustos.
Cuando era niño, Pardo conoció al diablo:
era su padre. Papá diablo lo golpeaba, papá
diablo lo violó cuando tenía seis años. A
los 11, Gustavo estaba en la calle consumiendo drogas. Un tío
lo rescató y lo llevó al templo umbandista en el
que oficiaba de pai de santo. Gustavo empezó entonces a
ir a los cultos, a participar desde afuera, hasta que sintió
la necesidad de comprometerse un poco más.
-Empecé a incorporar espíritus. Los
médiums giraban en el sentido de las agujas del reloj,
hasta que una fuerza extraña se apoderaba de mi
cuerpor. Me hicieron un bautismo y más adelante
realicé otro con sangre de palomas vertida sobre mi cabeza.
Al principio prendía velas, hacía ofrendas, comidas
para los santos. Después conocí la kimbanda. Durante
un ritual con luz apagada, me tomó un espíritu de
maldad que me arrastró como gusano. Hablaba en portugués
y se hacía llamar Tranca Rúa Das Almas.
Ese espíritu me pidió gallos y gallinas en ofrenda.
Luego llegó un momento en el que ya no me pedía
nada: se apoderaba de mi cuerpo, le cortaba la cabeza a un gallo
y se tomaba la sangre. Más adelante, el espíritu
empezó a preferir la sangre de cabritos.
El púlpito de la iglesia parece el habitat
natural del pastor Felipe Matto. Allí arriba, este hombre
de 40 años luce firme, seguro de sí mismo y de su
fe. Cuesta imaginárselo bebiendo hectolitros de
alcohol, preso de una delgadez extrema, oprimido por espíritus.
Y sin embargo, así estuvo.
Zaira Matto nació con una tos incesante y con serios problemas
respiratorios. Felipe consultó a toda clase de médicos,
y nada. Le recetaban vacunas para la alergia, jarabes para los
bronquios que Felipe conseguía en la farmacia donde trabajaba,
y nada. Una mujer del barrio le dijo a Felipe que probablemente
la niña necesitara una liberación, así que
la llevó a un templo umbandista. El pai tiró unos
caracoles sobre la mesa y emitió su diagnóstico:
la enfermedad era espiritual. Zaira estaba maldita por
el daño de algún enemigo oscuro y anónimo
y había que liberarla. Desesperado, Felipe hizo una promesa.
Si su hija se sanaba, le entregaría su vida al umbanda.
-Nos colocaron a Zaira y a mí en el medio
de una ronda. Cantaban, bailaban, hasta que el pai incorporó
una entidad, se puso a hablar en portugués, encendió
un toscano. Le hicieron a la nena un baño de leche. Al
otro día, se le había ido la tos. Cumplí
con mi promesa y me metí en el umbandismo. No sabía
lo que me esperaba.
Jorge Arce soñaba con ser el vidente más famoso
de la Argentina: a ese fin le dedicó 22 de sus 48 años.
Un curandero lo llevó a un terreno baldío y le ordenó
que se arrodillara hasta que algo sucediera. Arrodillado, a la
intemperie, Jorge sintió un fuerte sacudón,
algo o alguien que se introducía en su cuerpo.
Entró en la casa de su guía espiritual y le relató
lo ocurrido. El curandero sonrió satisfecho.
-El espíritu -ahora comprendo que era un
espíritu de muerte- se me pegó, era como si me hablara.
Aprendí a tirar las cartas sin que nadie me lo hubiera
enseñado. Poco después, el curandero me dejó
atender a una señora gorda y pude ver su nombre, su pasado
y su futuro. Tenía poderes. Creí que era más
poderoso que Dios.
Juan Carlos Carino tiene 54 años y se gana
la vida como fabricante de toldos. Los domingos toca los bongoes
en la banda de la iglesia. La banda hace cantar a toda la congregación
el festivo tema “Eu Vi Chegar” de Los Pericos, con una
letra que dice:
No hay tristeza que aguante.
Demonio: ¡tienes que salir!
En 1988, en busca de ayuda espiritual, Carino asistió
a un templo umbanda. Entonces quedó deslumbrado con una
gran imagen de Jesús, a quien los fieles llamaban Oxalá.
Vio a una mae de santo que incorporaba un espíritu.
El espíritu que hablaba por boca de ella lo invitó
a sentarse a su lado. Cuando terminó el culto, uno de los
umbandistas le dijo que el espíritu le había descubierto
una “fuerza” inusitada, que debía unirse al grupo.
-Me bauticé y me fueron pasando las guías
imperiales: los Oxalás, los Pretos, las Xuremas. Comencé
a trabajar en destrucción de familias, ataduras sexuales,
enfermedades. Hice daños con ropa, con fotos, con velas
ahuecadas y hasta con semen. Cobraba muy buena plata y estaba
todo el tiempo en trance.
No tenga miedo. Juan Carlos Carino oró
por Nora Lezano, para que el Espíritu Santo toque sus manos,
toque sus ojos, para que sus fotografías hablen de la gloria
de Dios. No tenga miedo. Carino oró por
mí para que las palabras que escriba reflejen la verdad
y la realidad. No tenga miedo. En la ciudad de
Buenos Aires, una iglesia cristiana está orando para que
esta nota sea de bendición.
Siga leyendo. El demonio no puede hacerle daño. Mire a
la familia de Gustavo Pardo. Esa preciosa niña de cuatro
años y ese dulce bebé de siete meses, así
como los ve, han sufrido horribles ataques demoníacos,
pero ahí están, sanos y salvos. Ya veremos, insisto,
que no ganan para sustos. El Todopoderoso desea que usted conozca
la historia completa de Gustavo Pardo y del resto de los Brujos
Arrepentidos.
-Con el tiempo me fui a la provincia de Misiones.
Viví en la costa del río, pescando para comer y
hasta comí fruta podrida, pero mis demonios siempre tuvieron
sus ofrendas. Como allá también las cosas estaban
mal, regresé a Buenos Aires a hacer matanzas para ver si
podía “levantar” un poco. Estuve siete días
bañado en sangre, invocando a demonios como Belcebú,
Lucifer. En ese tiempo conocí a quien hoy es mi
esposa, que también estaba en umbanda. Me hice pai de umbanda
y de kimbanda. Comencé a hacer trabajos muy fuertes. Dejé
a una persona en cama con desequilibrios en el corazón
y en el estómago. Empecé a ganar dinero fácil.
Puse mi propio templo y llegué a tener 18 hijos de religión.
Enfrente del templo había una iglesia evangélica,
y yo descubrí que no podía mirar a los ojos a ningún
hijo de Dios, porque los ojos me ardían. Invoqué
a toda clase de demonios, trabé a la iglesia para que no
le llegara la gente. Y tuve éxito, porque la iglesia que
no está en oración, que no hace la guerra espiritual
como debe ser, queda atada. Y yo tuve hasta catorce demonios.
Podía caminar por las brasas, prenderme cosas en
las manos, el fuego no me hacía nada. Cuando estaba en
trance, podía tomar alcohol sin parar durante varias horas
y terminaba fresquito. Tuve incluso un demonio de mujer: me hacía
vestirme con ropas femeninas, comer rosas, tomar perfume…
En un momento entré en crisis. Había nacido mi nena,
yo había metido a mis suegros en la umbanda, había
gastado fortunas en ofrendas y “despachos” y no me sentía
correspondido. El dinero que había ganado se empezaba a
ir, y Dios me fue dando lucidez. Una mañana, mi suegro
me dio una Biblia. Sin saber muy bien por qué, me dijo:
Tomá, esto te va ayudar. La abrí de “casualidad”
en el Salmo 115 y supe que Dios me hablaba.
Nuestro Dios está en los cielos;
Todo lo que quiso ha hecho.
Los ídolos de ellos son plata y oro,
Obra de manos de hombres.
Tienen boca, más no hablan;
Tienen ojos, más no ven;
Orejas tienen, más no oyen;
Tienen narices, más no huelen;
Manos tienen, más no palpan;
Tienen pies, más no andan;
No hablan con su garganta.
Semejantes a ellos son los que los hacen,
Y cualquiera que confía en ellos.
(Salmo 115, versículos 3 al 8)
-Toda mi casa estaba llena de imágenes de
santos, así que comprendí el llamado de Dios. Crucé
a la vereda de enfrente y me hicieron una oración. Confesé
por mi boca que Jesucristo era el Señor. Entonces empezó
la peor de las luchas.
El pastor Matto agita una Biblia y dice: “Gloria
a Dios”, cuando se entera de que Gatopardo se distribuye
en toda Latinoamérica. Después del baño de
leche que le curó la tos a su hija, Matto se bautizó
en el umbandismo y pasó a ser el cambón (secretario)
del pai. A los tres meses, le propusieron efectuar un segundo
bautismo, pero había que beber sangre y Felipe tuvo miedo.
El farmaceútico disfrutaba de los trabajos para ayudar
a la gente, los abrecaminos, las uniones de parejas, pero no le
cerraban del todo los que se hacían con esqueletos de muertos,
las fotos enterradas en los cementerios, y lo impresionaban mucho
los sacrificios de animales.
-Para ese momento, mi esposa y yo dormíamos
en habitaciones separadas. Ella se había asustado de lo
que veía y me dijo: O la umbanda o yo. Y yo elegí
la umbanda. Empecé a beber más alcohol, en especial
durante las incorporaciones. Adelgacé mucho: mido 1, 88
y pesaba 69 kilos. A mi hija le volvió la tos, pero yo
no me di cuenta, tan metido como estaba en mis ritos. Pacté
mi casa, entregué cada una de sus habitaciones a los espíritus,
porque yo quería que cuando estuviera listo, funcionara
allí un templo umbanda. El pai me presionaba para que comenzara
a asistirlo en rituales de daños, pero yo no lograba animarme,
tenía una barrera moral. Cuando yo me negaba, me decían
que no me hiciera problema, que las entidades iban a terminar
por convencerme, y yo esperaba que eso sucediera. Había
visto un bautismo muy importante, de un hombre que estuvo cinco
días tirado en el piso de un baño a oscuras, sin
bañarse, sin comer, y yo quería tener la autoridad
espiritual de ese hombre. Hasta que un sábado se hizo un
rito a oscuras, un trabajo de kimbanda en el que bajaron entidades
que viven en los cementerios. Todos estábamos vestidos
de negro y de rojo, excepto los que estaban aprendiendo, que estaban
de blanco. En un momento dado, bajaron las entidades.
La saliva salía por la boca de la gente, parecían
epilépticos. Yo incorporé espíritus,
pero no a los exúes que incorporaban ellos. Ahora
se que los supuestamente“buenos” y los “malos”, eran todos demonios.
Hubo gente a la que le crujieron los dientes y yo me asusté
mucho porque recordé un pasaje de la Biblia que había
leído muchísimos años atrás, que decía
que en el infierno iba a haber crujir de dientes.
Pero si aquel siervo malo dijere en su corazón:
Mi señor tarda en venir;
Y comenzare a golpear a sus consiervos,
Y aun a comer y a beber con los borrachos,
Vendrá el señor de aquel siervo en día que
éste no espera,
Y a la hora que no sabe,
Y lo castigará duramente,
Y pondrá su parte con los hipócritas;
Allí será el lloro y el crujir de dientes.
(Evangelio según San Mateo, Capítulo 24, versículos
48 al 51)
En la semana conocí a una persona que me
invitó a una iglesia evangélica. Y fui, un poco
para ser amable, otro poco porque mi hija seguía enferma.
Preguntaron si quería conocer a Cristo: yo acepté,
me levanté, me hicieron una oración de fe. Pero
recién la cuarta vez que fui a la iglesia fui liberado
de los demonios.
El sueño de Jorge Arce de ser “el vidente
más famoso de la Argentina” marchaba extraordinariamente
bien. Llegó a atender unas 100 personas por día,
de lunes a sábados. No cobraba arancel, se ganaba la vida
con el dinero que le dejaban a modo de agradecimiento. Merced
a sus conjuros, Jorge fundió comercios, separó
matrimonios, “limpió” casas de malas influencias -uno de
los “trabajos” mejor remunerados-, “limpió” campos de las
plagas de langosta, curó algunos empachos (no todos: la
madre de un empachado que no se curó lo denunció
por ejercicio ilegal de la medicina y tuvo que desaparecer por
unos meses) y hasta atrajo mujeres para sí.
-Los curanderos les gustábamos mucho a las
mujeres. Si no las conquistábamos, hacíamos cosas
para conquistarlas. Y funcionaban, no te puedo mentir. Y yo estuve
siempre con las pilas bien puestas, listo para la joda. “Trabajaba”
con un santo al que le decían “El señor de la buena
muerte”. Si los trabajos salían bien, andaba cuatro o cinco
días vestido de negro para agradecerle. Un día
descubrí que el diablo, lo que te da, te lo quita; para
invertir el dinero que ganaba, puse una carnicería y una
verdulería en sociedad con mi hermana, y mi hermana me
estafó. Perdí mucha plata con eso. En esos
días me vino a buscar una mujer, le pregunté qué
andaba buscando y vi como un reflejo de luz en sus ojos. Esa mujer
me habló de Dios.
Juan Carlos Carino, el bongocero de Cristo, fue
alguna vez el Pai Juan. Se sentaba en un taleco (tronco), recibía
consultas y hacía magia blanca y magia negra. Algunas veces,
dice, los resultados obtenidos no eran exactamente los que había
previsto. La madre de un adicto a las drogas acudió a él
en busca de ayuda. El chico dejó las drogas, pero se pasó
un año durmiendo casi todo el día. Ahora está
peor que antes. El Pai Juan no era el más indicado para
tratar adictos: las semanas en que lo desbordaban las invocaciones
y los “despachos”, llegaba a tomarse 20 gramos de cocaína
él solo. Tales estados eran francamente propicios para
la libre actividad de los demonios.
-En la misma habitación donde atendía,
vi una enorme masa luminosa, un ser que me extendía
sus manos. Era Jesús. Me quedé duro, shockeado.
Poco tiempo después, en el departamento de arriba escuché
gritos. Había una mujer brasileña totalmente loca,
“manifestada”. Primero hablaba como un hombre, luego como un nene:
las voces de los espíritus inmundos hablaban por ella.
Los vecinos me llamaron para ver si podía hacer algo. También
llamaron a una señora evangelista, que se llamaba Rosa
y vino con Bernardo Stamateas, el
pastor de la que hoy es mi iglesia. Me pidieron que me apartara,
se ocuparon de la mujer y Bernardo me dijo: A vos, el fin de semana,
te quiero en la iglesia. Me lo dijo con autoridad espiritual y
yo lo sentí. A las 48 horas me había convertido
al Evangelio.
Apenas Gustavo Pardo confesó por su
boca que Jesucristo es el Señor, el diablo reaccionó
con toda su furia. Pardo quemó sus imágenes
de santos y los demonios se dedicaron a atormentarlo.
Le pegaban verdaderas palizas, movían los objetos
de su casa, encendían y apagaban la luz a su antojo.
Gustavo aún no era libre. Estuvo seis meses endemoniado
dentro de la iglesia, porque allí tenían poca experiencia
en guerra espiritual. Fue a Presencia de Dios: le hicieron renunciar
a todos sus pactos de muerte y los demonios tardaron dos días
en salir. Pardo pedía perdón y lloraba,
pedía perdón y vomitaba y todas las inmundicias
salían, y también las palabras horribles y los demonios
que lanzaban golpes, hablaban en portugués y se reían,
hasta que abandonaban su cuerpo exhausto, más ya no endemoniado.
Y si dije que los hermosos hijos de Gustavo no ganaban para sustos,
fue porque dos veces diferentes el demonio se enseñoreó
de sendos perros doberman y esos animales malditos atacaron a
la pequeña Belén, pero no consiguieron matarla y
porque antes de nacer, el corazón del pequeño David
estuvo detenido un minuto en el vientre de su madre y los médicos
dijeron que era la vida de su madre o la vida del bebé.
Y el bebé nació, y está vivo, y Roxana de
Pardo también está viva. Y Satanás volvió
a intentarlo con Gustavo Pardo y lo dejó postrado, paralítico,
pero Pardo oró y el espíritu de enfermedad huyó.
Así que no tenga miedo, porque la cuarta vez que fue a
la iglesia, Felipe Matto sintió convulsiones, dolores en
el estómago, desvaríos mentales, y estuvo cuatro
horas en una cama. Había incorporado demonios de
todo tipo, lo sujetaron entre diez porque le pegaba a todo el
mundo, rompía sillas, tenía taquicardia y aullaba
como un perro. El espíritu de un esclavo llamado
Simón fue el último en rendirse al poder de Dios,
y Felipe Matto vomitó sustancias desagradables, orinó
cinco litros de líquido y fue libre. Y la hija de Felipe
fue sanada de sus enfermedades y cada una de las habitaciones
de su casa fue liberada de los demonios que la oprimían
y Felipe hoy es un ministro de Dios que asumió el compromiso
de desenmascarar al diablo. Su viejo pai le hizo trabajos para
secar su fe, con tierra de cementerio, trozos de sapos y de ranas,
y luego un trabajo de muerte con una foto con la cabeza cortada,
pero Felipe no cejó. En su época brujesca había
puesto en sus zapatos una foto de su jefe bañada en miel,
y había invocado a santos de oscuridad para que castigaran
a sus compañeros de trabajo, pero luego les pidió
perdón y la encargada de la farmacia y el odiado gerente
conocieron a Cristo.
No tenga miedo. Jorge Arce
ya no sueña con ser “el vidente más famoso de la
Argentina”. Dos veces le expulsaron demonios pero el último
demonio se le fue recién luego de cuarenta días
de ayuno a base de agua y mate. El Señor lo llevó
a predicar a Paraguay, a Puerto Rico, a los Estados Unidos. Antes
no sabía hacer nada. Desde que conoció a Dios estudió
plomería, gas, soldadura eléctrica y autógena.
Gustavo Pardo liberó en el nombre de Jesús
a una mujer que había sido violada por demonios y echaba
espuma por la boca. Felipe Matto evangelizó a
una mae principal. Jorge Arce encontró a la mujer de su
vida y se casó. Juan Carlos Carino es feliz tocando los
bongoes para Jesús. Recién liberado de todos sus
demonios, hace cuatro años testificó en el programa
de Susana Giménez. Durante la
semana siguiente, 480 personas nuevas se acercaron a la iglesia.
Primera Publicación: Revista Gatopardo
N° 5. 2000 © Daniel Riera.
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