Colin Andrews (izq.) durante un debate en TV.

 

[SEÑALES]

COLIN ANDREWS: UN UFÓLOGO
QUE DA VUELTAS EN CÍRCULOS
Por Alejandro Agostinelli
¿Los 'círculos de cosecha' atraen fantasmas o agudizan el ingenio de mujeres hartas de las aficiones excéntricas de sus maridos? Hace algunos años, Colin Andrews -quizá el 'experto' en el tema más conocido en Inglaterra- llevó a su casa muestras de un extraño cerealograma. Los primeros pasos de su investigación desataron un cuadro espeluznante que -quizá- deja ver el envés de la trama. ¿Ingredientes? Extraterrestres invisibles, paranoia, celos, traición... En suma, una de las historias más increíbles jamás contadas sobre la cada vez menos enigmática polémica de los 'crop circles'.

“El Señor de los Anillos.” Así le llaman. Se ganó este simpático apodo cuando sus apariciones mediáticas llamaron la atención sobre el enigma de los círculos de cereal, esas extrañas huellas que brotan en los campos ingleses ahora famosos gracias al film Señales (M N. Shyamalan, 2002). Pero antes de ser ungido sumo sacerdote en la especialidad, Colin Andrews -pues de él se trata- ya era conocido en Inglaterra por su doble condición de Ingeniero eléctrico y ufólogo. Si entre sus libros hay que mencionar a su obra cumbre, ésta es “Testimonios Circulares”, escrita en colaboración con Pat Delgado. Un capítulo de este best-seller instantáneo, que seguramente será reeditado a propósito del film de M Night Shyamalan, contiene una de las historias más increíbles jamás contadas sobre los cerealogramas. La acción refleja un clima tan verídico como apasionante: el relato de una supuesta conspiración a cargo de criaturas fantasmales, un hogar cual templo tecno de un paranoico, una mujer abandonada por la afición excéntrica de su marido y un touch de traición. Sin embargo, esta trama irresistible nunca ha inspirado no digamos ya una película, sino siquiera un cortometraje. Todo lo contrario, la historia que conocerá ya mismo sólo fue celebrada con el ceño adusto de los cerealólogos y acaso despertó algunas risitas cínicas de los escépticos militantes, cuando no fue lisa y llanamente ignorado.
Para Andrews, en cambio, fue uno de los episodios más aterradores de su vida.
Esta historia empieza así:
En 1986, Delgado contactó a Derrick Godard, un ingeniero mecánico rural que había tropezado, en setiembre del mismo año, con uno de estos extraordinarios “diseños inteligentes” en Wantage, Oxfordshire, cerca de la autopista B4507. Presuroso, Andrews visitó el campo. Allí se encontró con un anillo con 6,1 metros de radio consistente en plantas arremolinadas en el sentido de las agujas del reloj apretujadas contra el suelo. Nadie había visto nada. Nada sabía nada. El Misterio era esa huella y su silencio. La zona aplastada medía un promedio de 16 metros de diámetro, ya que el círculo central estaba rodeado por un anillo parecido a Saturno de 1,1 metro de ancho. Lo realmente increíble sucedió después...

"SEÑALES"... DE ALARMA
Después sucedieron otras cosas. “Demasiadas cosas como para relatarlas a todas”, redondea Andrews. Lo más sorprendente no sucedió en el sitio donde se halló el extraño signo sino... ¡en su propia casa! Dejamos al lector con Andrews y su relato: “Cuando volví a casa [de estudiar el círculo de Wantage, Oxfordshire], coloqué una muestra de la tierra que saqué del agujero en un laboratorio especialmente preparado para esta investigación. El cuarto tenía un sistema muy complejo de alarmas contra robos, como también lo tienen la casa y el perímetro de la propiedad. Cerré con llave la puerta y conecté la alarma. Unos minutos más tarde, un detector infrarrojo percibió un movimiento dentro del laboratorio y activó una de las alarmas. No me pareció importante, puesto que diseño sistemas de alarmas y conozco sus fallos, aunque tampoco pude encontrar el motivo.”
Andrews infiere que "hubo un movimiento" porque confía en el detector infrarrojo, no por otro motivo. Además, reconoce que la alarma puede fallar. Pero no se tranquilice: lo peor aún está por suceder. “A las 4,15 h de la mañana siguiente sonó otra alarma. Esta vez, el sistema que protegía el perímetro. Encontré un reloj, conectado a la red eléctrica, parado a las 4,15 h y descompuesto. Tampoco encontré ninguna razón que lo justificara, pero, al día siguiente, el reloj funcionaba de nuevo. Varias noches depués, dejó de funcionar a las 4,15 h y la alarma del laboratorio, que está separada del sistema del perímetro, también sonó, y se había activado a las 4,15 h. Mi esposa vigilaba la puerta lateral de la casa mientras yo iba a ver qué sucedía. Un detector de microondas había sido activado y el reloj de pared que trabajaba con pilas, se había detenido a las 4,15 hs.

UNA ESPOSA QUE DA CONSEJOS...
“Dado que continuaron ocurriendo cosas extrañas alrededor de la casa durante las siguientes semanas, mi esposa me sugirió que suspendiera mi trabajo de investigación. No está interesada en lo paranormal ni en la periferia de la ciencia, pero incluso ella pensó que detrás de estos acontecimientos podría haber una conexión entre alguna entidad y los misteriosos círculos.” (“Testimonios Circulares”, página 44).
Andrews consideró oportuno mencionar su extraña odisea doméstica en su libro ya que los hechos -concluyó- “eran paranormales”. Pero no lo hizo sin pedir opinión sobre esta “extraordiaria serie de acontecimientos” a Helen Tenant, de la British Psychical Research Society y Archie Roy, de la Universidad de Glasgow. Ambos estuvieron de acuerdo en que al caso “no se le puede encontrar ninguna explicación racional”.
Supongamos que no existen motivos para dudar de la buena fe de Andrews ni el de sus asesores: si suponemos lo contrario, esta historia podría acabar aquí mismo. Lo que llama la atención es que en su libro no omite detalles, incluso cuando estos pueden poner al descubierto una cierta, por no decir prístina ingenuidad. Si decidimos que tampoco existen razones para poner en duda el talento de Andrews para diseñar sistemas de alarma (algo pendiente de corroboración), podríamos descartar la meticulosidad con que debió verificar la naturaleza (para él extraña) de los sucesos.
Sin embargo, si unimos la obsesión del ingeniero inglés por la seguridad (describe a su casa, una suerte de jaula cercada con dispositivos de alarma, casi como si fuera un refugio de las Milicias de Montana...), con su ostensible predisposición para establecer conexiones causales, incluso cuando a todas luces parece forzado hacerlas, podríamos atar cabos sobre dos hechos que pudieron contribuir a que, por lo menos, el protagonista llegara a conclusiones precipitadas.

.... MÁS QUE ESPOSA ES UN RIVAL
No vamos a decir que después de la confesión de Doug Bower y Dave Chorley todo lo que se diga después es vano. Tampoco, que entre los experimentadores hubo muchos ufólogos, como cuando Mike J. se disfrazó de vórtice plasmático, o que, de vez en cuando, periodistas, como Sam Taylor, del Daily Mail, deciden poner a prueba la credulidad de los cerearólogos con una nueva broma.
Frente a este caso puntual, se podrían elegir dos hipótesis alternativas a la paranormal para tratar de comprender (decir “explicar” sería aventurado) cómo pudieron suceder los hechos. Una hipótesis, que es tanto la más sencilla como la más fácil de verificar (si alguien se tomara el trabajo de hacerlo, claro): Andrews estableció falsas relaciones de causa y efecto (los dispositivos no funcionaron tan bien como él creía, comenzó a reparar en los fallos desde el día que llevó las muestras, ‘organizó’ mentalmente los fallos en una secuencia significativa sólo después, cuando empezó a reconstruir la historia en su memoria) y/o su propia esposa fue quien -eventualmente- activó las alarmas y/o detuvo los relojes.
Es que son sus propias declaraciones las que dejan servido el interrogante: ¿Y si ella misma, acaso harta de la obstinada vocación de su marido por lo paranormal, no le dio un “empujoncito” al enigma... para luego sugerir a su marido que “suspendiera su investigación”? En el mundo mal pensados no faltan... y convengamos que este no es el lugar más adecuado donde desatar un conflicto conyugal.
Pero lo que sucede es que hay otra hipótesis menos simple y, sin duda, bastante más difícil de verificar: visitantes invisibles, con una exquisita puntualidad inglesa, se dedicaron a hacer saltar las alarmas en la hipersegura casa de Andrews todas las madrugadas, exactamente a las 4,15 hs. Una posibilidad inquietante, pero algo forzada considerando la calidad de las pruebas. Porque, a fuer de sinceros, cabe reconocer que, si las muestras de tierra mostraban algo que los mortales merecíamos ignorar, esa porfiada verdad permanece oculta: en su, sin embargo, bellamente ilustrado libro, sus autores no mencionan si los resultados de aquella investigación confirmaron la singularidad del círculo de Wantage.
Demasiadas cosas en el tintero para considerar a los estudios de “El Señor de los Anillos” algo más que el pasatiempo de un tragalotodo muy dedicado a cazar alienígenas... y poco atento -quizá- a una esposa que ya no sabe qué demonios hacer para llamar su atención. Porque -a pesar de todo- Colin no se dará cuenta que esa tarde su esposa estuvo en la peluquería, que al irse a la cama a ella no le dolerá la cabeza y que -menos que menos- querrá escuchar por enésima vez los detalles de su última ronda circular...

BIBLIOGRAFÍA
Edición Consultada: Andrews, Colin y Delgado, Pat; “Testimonios circulares”, Tikal Ediciones (Madrid, 1994).
Edición Original: “Circular Evidence”, Bloomsbury Publishing Ltd, 1989.

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